—¡Esto es muy raro! —exclamó Martín, hojeando el viejo libro de la biblioteca. Un ejemplar de Alicia en el País de las Maravillas que parecía aún más antiguo de lo que era. Las páginas, amarillentas y quebradizas, estaban llenas de la historia conocida, pero la última página… ésa no era igual. En lugar del final que recordaba, había una frase extraña escrita a mano:
«Si quieres conocer la verdadera historia, busca el reloj perdido.»

Martín frunció el ceño. ¿Qué significaba esto? Pensó que podría ser una broma, pero algo en su interior le decía que no. Decidió que debía investigar.
—¡Esto suena a misterio! —dijo Martín, levantando la vista hacia Ana, su mejor amiga.
Ana, siempre dispuesta a resolver enigmas, sonrió y asintió.
—¡Vamos a descubrir qué pasa!

Los dos niños fueron a ver al señor Ramiro, el bibliotecario, quien les explicó que el libro llevaba generaciones en la biblioteca, y que siempre había tenido esa página misteriosa. Nadie sabía por qué ni cómo había llegado allí.
—Tal vez sea sólo una broma de alguien —comentó Ana, encogiéndose de hombros, pero Martín no estaba convencido.
—¡No, no creo que sea una broma! —dijo Martín, con un brillo de determinación en sus ojos—. ¡Tenemos que averiguarlo!

El señor Ramiro los miró pensativo y les sugirió que examinaran con más cuidado la biblioteca. Aceptaron el consejo y comenzaron a revisar cada rincón de la enorme sala, buscando algo fuera de lo común.
Al mover una estantería, algo brilló entre las sombras. Martín se agachó y encontró un reloj de bolsillo dorado, cubierto de polvo. Era pequeño, pero resplandecía como si tuviera vida propia. Al instante, cuando Martín tocó el reloj, una brisa suave los envolvió, y en un parpadeo, la biblioteca desapareció. Los niños se encontraron en un paisaje completamente diferente: un vasto jardín lleno de flores gigantes que cantaban.
—¡Estamos en el País de los Cuentos! —exclamó Ana, mirando alrededor, maravillada. Todo era tan extraño y hermoso.
En ese momento, vieron al Conejo Blanco corriendo frenéticamente, mirando su reloj de bolsillo con desesperación.
—¡Llegan tarde, muy tarde! —gritó al verlos—. La historia está en peligro. ¡No hay tiempo que perder!
—¿Qué historia? —preguntó Martín, curioso.
—¡La verdadera historia de Alicia! —respondió el Conejo, sudoroso y nervioso—. Necesitamos que nos ayuden a encontrar los objetos perdidos que Alicia ha dejado atrás. Sólo con ellos podremos recuperar la memoria de la historia y salvar el País de los Cuentos.

Martín y Ana se miraron sorprendidos. ¿Objetos perdidos? pensaron. Pero la idea de ayudar al Conejo los intrigó demasiado como para rechazarla.
—¡Vamos a hacerlo! —declaró Martín, decidido.

El Conejo les explicó que, para restaurar la memoria de Alicia, tendrían que encontrar ciertos objetos mágicos que ella había dejado atrás cuando había viajado por el País de los Cuentos. Los objetos representaban momentos clave de su historia. Si los reunían, Alicia recuperaría sus recuerdos y podría regresar a casa.
Su primer destino fue la casa de la Liebre de Marzo. El pequeño habitante del país los invitó a su caótica fiesta de té. En medio de tazas flotantes y relojes rotos, encontraron un objeto brillante entre la pila de platos rotos: una pequeña llave dorada.
—Este es uno de los objetos de Alicia —dijo la Liebre de Marzo—. Alicia lo usó para abrir una puerta en el jardín. No sé qué puerta era, pero es importante que lo lleven con ustedes.

Con la llave en mano, los niños continuaron su búsqueda, hasta que llegaron al laberinto de la Reina de Corazones. Las paredes del laberinto se movían, cambiando de forma, pero con determinación, los niños encontraron un antiguo abanico de encaje, uno que Alicia había usado en su encuentro con la Reina.
—Este abanico es vital —les explicó el Conejo, que había llegado tras ellos—. Alicia lo usó para escapar de un juicio injusto. Sin él, todo se derrumbaría.
El siguiente objeto se encontraba en la cima de un árbol gigante, hogar de los Gatos Parlantes. Después de varios acertijos, uno de los gatos les entregó un espejo de bolsillo. El espejo, explicó el gato, había sido usado por Alicia para verse a sí misma, para recordar quién era en medio de toda la confusión.

Con los tres objetos en su poder, los niños llegaron finalmente a una antigua fuente de cristal, situada en el corazón del País de los Cuentos. Allí, los objetos brillaron intensamente, y la figura de Alicia apareció ante ellos, como una aparición en el agua.
—Gracias —dijo Alicia, con una sonrisa de alivio—. Ahora recuerdo quién soy. Los objetos me han ayudado a recuperar mis recuerdos. Puedo regresar a casa.
Alicia tocó los objetos y, en un destello de luz, atravesó la fuente y desapareció. El Conejo Blanco aplaudió emocionado.
—¡Lo lograron! ¡Han salvado la historia! Ahora deben regresar a su propio mundo.

El reloj dorado brilló nuevamente, y en un parpadeo, Martín y Ana estaban de vuelta en la biblioteca. El libro de Alicia en el País de las Maravillas seguía en sus manos, pero algo había cambiado. La última página, la que antes contenía el mensaje misterioso, ahora decía:
«Gracias por ayudar a conservar la historia.»

—¡Mira! —dijo Ana, señalando el cambio—. ¡El mensaje ha cambiado!
Martín observó la página con una mezcla de sorpresa y satisfacción.
—Nadie nos lo creerá —murmuró Martín, riendo.
—No importa —respondió Ana con una sonrisa—. Fue nuestra aventura.

Desde ese día, cada vez que leían un libro, recordaban que las historias no sólo se cuentan con palabras, sino también con los objetos, los recuerdos y los momentos que hacen que cada relato sea único. Y, sobre todo, sabían que las historias, como la de Alicia, siempre vivirían mientras hubiese quienes las compartieran.

Preguntas para los pequeños lectores:
• ¿Qué habrías hecho tú si encontraras un mensaje misterioso en un libro?
• ¿Te gustaría viajar a un mundo de cuentos? ¿A cuál irías?
• ¿Qué parte de la historia te gustó más y por qué?

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