Sam descubre la ciudad con los sentidos

—¡Hoy es el gran día, Sam! —dijo su madre con una sonrisa mientras dejaba un pañuelo en sus manos—. Tu padre y yo hemos preparado una prueba especial para ti.

Sam frunció el ceño.

—¿Una prueba? ¿De qué?

Su padre se acercó y le revolvió el cabello con ternura.

—Queremos que aprendas a ponerte en el lugar de los demás, a entender lo que sienten y enfrentan. Por eso, hoy pasarás un día entero con los ojos vendados.

Sam abrió los ojos como platos.

—¿Qué? ¡Pero eso es imposible! ¿Cómo voy a hacer mis cosas sin ver?

—De eso se trata —respondió su madre—. A muchas personas les toca vivir así todos los días. Queremos que descubras cómo es su mundo.

Sam tragó saliva. No estaba seguro de estar preparado, pero si quería demostrarles a sus padres que podía hacerlo, debía aceptar el desafío.

Con pasos inseguros, salió de casa y comenzó su recorrido por la ciudad. Al principio, todo era un desastre: tropezó con un cubo de agua, casi chocó con un carro de frutas y perdió la orientación en la plaza.

—¡Oye, cuidado! —gritó un panadero cuando Sam casi tiró su canasta de pan al suelo.

—Lo siento… Es que… No veo nada —balbuceó Sam, sintiéndose torpe.

Una risa dulce llegó a sus oídos.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó una voz infantil.

Era Bella, una niña con un bastón blanco.

—Yo tampoco puedo ver, pero conozco la ciudad mejor que nadie.

Sam se quedó boquiabierto.

—¿Cómo te orientas sin ver?

—Escuchando, oliendo, sintiendo. Todo tiene su propio sonido y su propio ritmo. Ven, te enseñaré.

Bella tomó la mano de Sam y juntos comenzaron a caminar.

—Escucha el agua de la fuente —susurró ella—. Siempre suena igual, así que podemos usarla como referencia.

Sam prestó atención. Sí, el agua tenía un murmullo constante.

—Y ahora, huele —continuó Bella—. ¿No sientes el pan recién horneado?

—Sí… viene de la derecha —respondió él, sorprendido.

—Exacto. Ahora toca la pared de esta tienda. Es de piedra rugosa. Si alguna vez te pierdes, toca las paredes y te dirán dónde estás.

Sam comenzó a descubrir el mundo de una manera nueva. Con cada paso, se daba cuenta de que podía confiar en más que sólo sus ojos.

Mientras caminaban, escucharon sollozos.

—¿Quién llora? —preguntó Sam.

Bella se acercó al sonido y encontró a un niño sentado en la escalera de una tienda.

—Es Lucas —susurró—. Siempre juega con su pelota, pero ahora parece triste.

—¿Qué te pasa? —preguntó Sam con suavidad.

—Mi pelota rodó debajo de la carreta y no puedo alcanzarla —respondió Lucas entre lágrimas.

Sam pensó un momento. Si usaba sus ojos, podría simplemente agacharse y recogerla. Pero sin ver, tendría que confiar en sus otros sentidos. Se arrodilló y pasó las manos por el suelo hasta tocar la pelota.

—¡Aquí está! —exclamó, entregándosela a Lucas.

—¡Gracias! —gritó el niño, abrazándolo.

Sam sintió algo cálido en su pecho. Nunca había entendido lo difícil que podía ser para otros hacer cosas simples.

Al anochecer, Bella lo llevó de regreso a casa.

—¿Cómo te fue? —preguntó su madre mientras le quitaba la venda con cuidado.

Sam parpadeó, sintiendo la luz nuevamente en sus ojos.

—Fue difícil… pero aprendí que hay muchas formas de ver el mundo.

Su padre sonrió y le dio un abrazo.

—Ésa era la lección. No siempre necesitamos los ojos para entender lo que nos rodea.

Sam miró a Bella con gratitud.

—Gracias por enseñarme a ver de verdad.

✨ Peques:

👀 Si tuvierais que pasar un día con los ojos cerrados, ¿qué creéis que sería lo más difícil para vosotros?

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