En la sabana africana, bajo un cielo azul brillante, vivía una jirafa llamada Maya. Maya era alta, tan alta que podía ver todo lo que sucedía a su alrededor. Podía ver los árboles más grandes, las manadas de elefantes, y hasta las nubes flotando en el cielo. Pero había algo que la hacía sentir un poquito triste.
—¡Ay! —susurró Maya una mañana mientras miraba su largo cuello reflejado en un charco—. Si fuera más baja, podría jugar con los demás animales sin que mi cabeza toque las ramas de los árboles.
Maya suspiró y levantó la vista. Desde la cima de una colina, vio a sus amigos: un elefante llamado Hugo, una gacela llamada Nia, y un león llamado Leo. Ellos siempre jugaban juntos, corriendo por el campo y saltando de un lado a otro. Pero Maya, con su largo cuello, siempre tenía que inclinarse para evitar que se enredara en las ramas, o se quedaba atrás porque era demasiado lenta.
—¡Maya, ven a jugar! —gritó Nia desde lejos, saltando por el campo.
—No puedo, Nia —respondió Maya, mirando tristemente sus patas largas—. No puedo correr como tú.
—¿Por qué no? —preguntó Leo, con una sonrisa traviesa—. ¡Eres tan alta que podrías ver todo el campo desde allí!
Pero Maya solo negó con la cabeza. En su corazón, sentía que ser tan alta no le traía tanta felicidad. Decidió que algo debía hacer al respecto.
Esa tarde, después de sus juegos, Maya fue a ver al sabio búho Beto, que vivía en lo alto de un árbol. Beto sabía muchas cosas sobre la sabana y las criaturas que la habitaban.
—¡Hola, Beto! —saludó Maya, mirando hacia las ramas donde el búho descansaba.
—¡Hola, Maya! —respondió Beto con su voz grave—. ¿Qué te trae por aquí hoy?
—Tengo una pregunta importante —dijo Maya, mirando al suelo con tristeza—. ¿Es posible que pueda ser más baja? Quiero poder correr rápido como los demás animales.
Beto pensó por un momento, y luego miró a Maya con dulzura.
—Maya, ser alta o baja no tiene que ver con lo que puedes hacer. Tú ya eres perfecta tal como eres. Pero si realmente deseas saber más sobre cómo te sientes, podrías probar algo diferente. ¿Qué te parece un paseo por el bosque? Allí encontrarás algo que podría ayudarte a comprender mejor lo que sientes.
Intrigada, Maya decidió seguir el consejo de Beto. Caminó por el bosque, y mientras lo hacía, comenzó a notar algo especial. Los árboles eran muy altos, pero no tanto como ella. El aire fresco pasaba por sus orejas, y el sonido de los animales era muy cercano. Al poco rato, Maya vio un grupo de antílopes saltando entre los arbustos.
—¡Hola, Maya! —saludaron al verla—. ¿Quieres jugar con nosotros?
Maya, sorprendida por la invitación, comenzó a correr detrás de ellos. Aunque al principio se sintió un poco torpe, pronto descubrió que podía usar su altura para saltar sobre los arbustos, mientras los demás animales tenían que rodearlos.
—¡Mira, soy más rápida de lo que pensaba! —dijo Maya con una sonrisa.
A medida que avanzaba, Maya se dio cuenta de que ser alta le ofrecía muchas ventajas que antes no había notado. Su cuello largo le permitía ver más lejos, su cuerpo esbelto le ayudaba a moverse con agilidad y, lo mejor de todo, ya no sentía que sus amigos la dejaban atrás. Ella podía ver más, saltar más alto y correr con más confianza.
Cuando regresó al sabio Beto, Maya estaba llena de alegría.
—¡Beto, tienes razón! Ser alta no es tan malo después de todo. Ahora veo todo desde otra perspectiva, ¡y me encanta!
Beto sonrió sabiamente.
—A veces, lo que creemos que es una desventaja puede ser nuestra mayor fortaleza. Todo depende de cómo lo miremos, Maya. Eres perfecta tal como eres, porque tu grandeza te permite ver y hacer cosas que los demás no pueden.
Maya volvió a su hogar, feliz y con una nueva forma de ver su mundo. Ahora, en lugar de sentirse triste por su altura, disfrutaba de las maravillas que su perspectiva le ofrecía.
Peques:
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