¡BIP! ¡BOOP! “Entrega programada para las 00:01 del 25 de diciembre”. Las luces de los drones iluminaban el cielo como estrellas mecánicas mientras zumbaban sobre las ciudades. Nadie esperaba ya al viejo Papá Noel; hacía años que los regalos llegaban a través del Sistema de Navidad Automatizado (SINA), una red de robots y drones que aseguraba que todo fuera perfecto y llegara a tiempo.
Pero aquella Nochebuena, algo iba terriblemente mal.
En su pequeño cuarto lleno de cables, pantallas y una montaña de piezas de robots, Leo, un niño de 11 años con gafas enormes y un cerebro lleno de ideas brillantes, recibió un mensaje extraño en su ordenador:
“ERROR CRÍTICO: MAGIA DESACTIVADA. NAVIDAD EN PELIGRO”.
—¿Magia? ¿Qué es esto? —murmuró Leo mientras tecleaba rápidamente. La pantalla parpadeó y apareció una figura que parecía un hombre mayor con barba blanca, pero digital, como salido de un videojuego.
—¡Soy Papá Noel! —dijo la figura con voz grave pero amable—. ¡Necesito tu ayuda, Leo!
Leo se quedó boquiabierto. ¿Papá Noel? Pero él sólo era un cuento, ¿no?
—¡Esto debe ser una broma! —exclamó Leo.
—No, chico listo. Hace años, SINA tomó mi lugar, pero el sistema no entiende lo que hace que la Navidad sea especial. Ahora ha colapsado, y sin tu ayuda, esta será la primera Navidad sin regalos ni magia.
Leo dudó, pero la curiosidad pudo más.
—Está bien, barba blanca digital. ¿Qué tengo que hacer?
—Primero, debes llegar al Polo Norte. Te enviaré un mapa, pero necesitarás ingenio para entrar en mi viejo taller, ahora controlado por robots. ¡Date prisa!
Con su mochila llena de herramientas, Leo salió de casa y subió a su aeropatín. Seguía el mapa holográfico mientras el viento helado le azotaba el rostro. Al llegar al Polo Norte, se encontró con un paisaje extraño: los árboles de Navidad brillaban con luces artificiales, pero no había risas, ni villancicos, ni el calor de la Navidad.
Un gigantesco robot guardaba la entrada del taller.
—Acceso denegado —gruñó el robot con voz metálica.
Leo sacó un destornillador especial y comenzó a trabajar en un panel oculto.
—Un ajuste aquí, un cortocircuito allá… —murmuró mientras el robot se apagaba con un último bip.
Dentro del taller, Leo vio a los elfos de Papá Noel. Pero no eran como los cuentos: estos eran pequeños androides con ojos apagados y movimientos torpes.
—¿Qué le ha pasado a todo? —preguntó Leo mientras revisaba las máquinas.
Papá Noel apareció de nuevo, esta vez en un holograma más claro.
—SINA creyó que podía hacerlo todo más eficiente, pero olvidó que la Navidad no se trata sólo de regalos. Necesitamos que reactives la máquina de la magia navideña. Solo tú puedes hacerlo, Leo.
Leo encontró la máquina. Era una mezcla de engranajes brillantes y pantallas holográficas, pero estaba cubierta de polvo.
—¿Cómo se arregla esto? —preguntó, frustrado.
—Con imaginación —respondió Papá Noel—. Y un poco de ayuda.
De repente, las pantallas comenzaron a parpadear. Los niños de todo el mundo que aún creían en la magia estaban enviando mensajes: dibujos, deseos y frases como ¡“Queremos a Papá Noel de vuelta”! Leo sonrió.
—¡Claro! ¡Eso es! La magia no es un programa, es lo que sentimos en el corazón.
Leo conectó su ordenador al sistema. Descargó los deseos y recuerdos de los niños al núcleo de la máquina y añadió su propio toque: una línea de código que escribió en voz alta:
—“Que vuelva la alegría. La magia es compartir”.
La máquina comenzó a zumbar y, de pronto, un destello rojo y dorado iluminó todo el taller. Los androides elfos cobraron vida, riendo y bailando. Papá Noel apareció, esta vez en carne y hueso, con su traje rojo y su enorme saco lleno de regalos.
—¡Lo has conseguido, Leo! —dijo Papá Noel, abrazándolo.
Juntos, cargaron el trineo. Papá Noel invitó a Leo a acompañarle en el viaje para entregar los regalos que los drones no pudieron.
—¡Es hora de devolver la magia a cada hogar!