–¡No, no, no! ¡No quiero volar! –gritó Bruno, un osito de peluche, mientras sus patitas se aferraban con todas sus fuerzas a la cuerda del trineo de Papá Noel.
Era la noche más importante del año. En el taller mágico, los elfos corrían de un lado a otro colocando los últimos juguetes en los sacos brillantes. Las estrellas parpadeaban ansiosas, como si estuvieran animando a todos a darse prisa. Sin embargo, en medio del ajetreo, Bruno no podía dejar de temblar.
–Bruno, todos los juguetes están emocionados por viajar en el trineo –dijo Lila, una muñeca bailarina con un tutú rosado–. Es el sueño de cualquier juguete.
–¡Pues no el mío! –contestó Bruno, escondiendo su nariz de tela detrás de sus orejas–. ¿Y si me caigo? ¿Y si me pierdo en el cielo? ¡Es demasiado alto!
Lila se sentó a su lado. –Pero piensa en los niños que te están esperando. Seguro que hay uno soñando contigo ahora mismo.
Bruno suspiró. Era cierto, se decía, pero eso no hacía que el cielo pareciera menos aterrador.
El plan de los elfos
Cuando Papá Noel se enteró de que Bruno tenía miedo, decidió ayudar. –No te preocupes, osito. ¡Mis elfos y yo tenemos una idea! –dijo con una sonrisa tan cálida como la chimenea del taller.
Los elfos prepararon un plan especial. Crearon un cinturón mágico de seguridad para Bruno, lleno de luces parpadeantes que lo harían sentir protegido. Además, colocaron una pequeña nube acolchada debajo del asiento del trineo, “por si acaso”, dijeron con un guiño.
Pero Bruno seguía dudando. –¿Y si nada de eso funciona?
Papá Noel se inclinó hacia él. –Bruno, la magia más grande no está en los cinturones ni en las nubes. Está dentro de ti. Sólo tienes que confiar en que eres más valiente de lo que crees.
El vuelo comienza
Finalmente, llegó la hora. Los renos estaban listos, con campanitas tintineando en sus cuellos. Lila tomó la mano de Bruno mientras subían al trineo.
–Vamos, Bruno, juntos lo lograremos –dijo la muñeca con una sonrisa tranquilizadora.
El trineo se elevó con un suave “¡fsshhh!” y pronto estuvieron volando sobre el bosque cubierto de nieve. Bruno cerró los ojos al principio, pero poco a poco, la curiosidad lo venció.
–¡Oh! ¡Mira eso! –exclamó Lila, señalando las luces de una ciudad a lo lejos.
Bruno entreabrió un ojo y luego los abrió por completo. Las casas parecían cajas de regalo decoradas con guirnaldas, y el cielo estaba lleno de estrellas que parecían bailar al ritmo del vuelo del trineo.
–¡Es hermoso! –susurró Bruno, olvidando por un momento su miedo.
Un momento crucial
Todo iba bien hasta que una ráfaga de viento sacudió el trineo. –¡Oh, no! –gritó Bruno, apretando el cinturón mágico.
–¡Tranquilo! ¡Sólo es viento! –dijo Lila, sujetando la pata de Bruno.
Papá Noel giró hacia ellos. –¡Confía en la magia, Bruno! ¡Recuerda que estás a salvo!
Bruno cerró los ojos y respiró hondo. Luego, algo cambió. En lugar de imaginar todo lo que podía salir mal, pensó en el niño que lo recibiría, en su sonrisa y en las noches de abrazos cálidos que compartirían.
–¡Puedo hacerlo! –exclamó Bruno, más decidido.
La primera parada
Cuando el trineo aterrizó en el primer tejado, Bruno dio un pequeño salto y ayudó a colocar los regalos en el saco de Papá Noel. Se sentía más ligero, más valiente.
–¡Lo estás haciendo genial! –dijo Lila, aplaudiendo con entusiasmo.
Vuelo tras vuelo, Bruno empezó a disfrutar del viaje. Ya no veía el cielo como un lugar aterrador, sino como un espacio mágico lleno de posibilidades.
El regreso al taller
Cuando el último regalo fue entregado, el trineo regresó al taller. Bruno estaba agotado, pero una gran sonrisa iluminaba su cara.
–Lo lograste, Bruno –dijo Papá Noel, dándole una palmadita en la cabeza.
–Sí, y fue increíble –contestó Bruno–. Pensé que no podía hacerlo, pero descubrí que soy más valiente de lo que creía.
–Así es –dijo Lila–. A veces, sólo necesitamos dar el primer paso para darnos cuenta de lo fuertes que somos.
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