¡Mapa hacia la luna!

Aquel día, el viento soplaba con fuerza y el cielo, despejado, anunciaba la llegada de la luna llena más brillante del año. En el pequeño pueblo de Colinas Verdes, dos amigos inseparables, Lía y Timo, se preparaban para una noche muy especial. Lía era una niña curiosa, con una gran melena enredada como las ramas de los árboles, mientras que Timo, un pequeño zorro de pelaje dorado, siempre la acompañaba en sus aventuras, con sus ojos atentos y chispeantes de emoción.

Esa noche, al pie del gran roble que marcaba el centro del pueblo, encontraron algo extraño. Era un viejo mapa que parecía brillar bajo la luz de la luna. Las estrellas dibujadas en el pergamino parecían moverse, y al final de un sinuoso camino, una pequeña luna sonriente señalaba un punto.

—¡Mira, Timo! —exclamó Lía, emocionada—. ¡Es un mapa hacia la luna!

Timo olfateó el pergamino, sus orejas puntiagudas se agitaron.

—Huele a magia —dijo con voz baja, como si de pronto el aire se hubiera llenado de un misterio encantador.

Sin pensarlo dos veces, comenzaron a seguir las indicaciones del mapa. El primer paso era llegar al Bosque Susurrante, un lugar que, según los ancianos del pueblo, estaba lleno de árboles que cantaban con el viento y sombras que bailaban al ritmo de su melodía. Lía y Timo caminaron entre los altos árboles que parecían susurrarles secretos.

—¿Oyes eso? —preguntó Timo, deteniéndose en seco.

Lía sonrió. Era un canto suave, casi como si el bosque les diera la bienvenida.

—Creo que nos están guiando —respondió ella.

Siguieron el rastro hasta llegar a un río plateado que brillaba como el mismo cielo nocturno. En la orilla, una enorme rana con una corona de nenúfares les bloqueaba el paso.

—¡Hola, pequeños viajeros! —croó la rana, inflando su pecho—. Si desean cruzar, deben resolver mi acertijo: “Tengo ojos y nunca parpadeo, ilumino el cielo y lo pinto de destellos. ¿Quién soy?”

Lía pensó por un momento, mientras Timo inclinaba la cabeza, confundido.

—¡Ya sé! —dijo Lía de pronto—. ¡Es una estrella!

La rana sonrió ampliamente y, con un elegante salto, creó un puente de nenúfares que los llevó al otro lado del río.

—Buena suerte, valientes —dijo la rana antes de desaparecer entre las aguas.

Una vez cruzaron el río, llegaron a la Montaña de Cristal. Su cima relucía como una joya bajo la luz de la luna, y el mapa indicaba que debían llegar hasta allí. Lía y Timo comenzaron a escalar, pero cuanto más subían, más resbaladiza se volvía la montaña.

—No sé si podremos llegar hasta arriba —dijo Lía, jadeante—. Es demasiado difícil…

Timo, decidido, se detuvo y miró hacia arriba.

—Tal vez no tengamos que hacerlo solos —susurró—. ¿Recuerdas lo que dijo la rana?

Lía levantó la vista. Y allí estaban, miles de estrellas brillando con intensidad. Cerró los ojos y, con una profunda inhalación, sintió la conexión con la noche. De repente, una brisa suave, cargada de polvo de estrellas, los envolvió, y sin esfuerzo, fueron levantados suavemente hacia la cima de la montaña.

Al llegar, encontraron una enorme puerta dorada con símbolos antiguos grabados en ella. La puerta se abrió lentamente y, para su sorpresa, no había nada más que un cielo oscuro y profundo del otro lado. Pero el mapa brillaba con fuerza, y la pequeña luna en él empezó a girar sobre sí misma, formando un puente brillante que conectaba la cima de la montaña con la mismísima luna en el cielo.

—¿Estás lista? —preguntó Timo, sus ojos reflejando las estrellas.

—¡Siempre! —respondió Lía, sonriendo.

Cruzaron el puente y, al llegar a la luna, se encontraron con un vasto jardín plateado, lleno de flores que emitían luz propia. En el centro del jardín, una figura brillante les esperaba: la Dama de la Luna.

—Bienvenidos, Lía y Timo —dijo la Dama con una voz suave como el viento nocturno—. Habéis seguido el mapa del corazón, aquel que solo los valientes pueden encontrar. Ahora, os contaré un secreto: la luna no es solo un lugar en el cielo, sino un reflejo de los sueños más profundos. Y hoy, habéis demostrado que no hay sueño demasiado grande.

Lía miró a Timo, quien agitaba su cola emocionado.

—Pero… ¿por qué nosotros? —preguntó Lía, intrigada.

La Dama de la Luna se inclinó hacia ellos.

—Porque ambos tienen algo que muchos han olvidado: la valentía de creer en lo imposible.

Con esas palabras, la luna comenzó a vibrar suavemente, y antes de que pudieran darse cuenta, estaban de nuevo en Colinas Verdes, de pie frente al gran roble. El mapa, ahora, sólo era un pedazo de papel viejo y desgastado.

—¿Fue real? —preguntó Timo, sorprendido.—Tal vez la magia siempre es real, si sabemos dónde mirar —respondió Lía, sonriendo mientras la luna brillaba en lo alto del cielo, como una amiga fiel.

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