Era un día soleado cuando Noah, un niño con grandes sueños y una imaginación aún mayor, se acercó a su madre con una gran sonrisa en el rostro.
—¡Mamá! ¡Mamá! —exclamó con emoción—. ¡Quiero ser un mimo!
La mamá de Noah levantó una ceja, sorprendida. Sabía que su hijo tenía una gran variedad de ideas y, a veces, no sabía muy bien de dónde salían, pero esta vez parecía que Noah estaba completamente decidido.
—¿Un mimo? —preguntó la mamá, divertida—. Pero… ¿por qué quieres ser un mimo, cariño?
Noah pensó un momento y luego, con una seriedad que solo los niños pueden tener, dijo:
—Porque los mimos son como magos del silencio, mamá. Ellos pueden hacer cosas increíbles sin hablar. Pueden mover montañas de aire, atrapar mariposas invisibles y hacer que el viento se convierta en un abrazo. ¡Quiero poder hacer eso también!
La mamá de Noah se rió suavemente. Ella siempre había sabido que su hijo tenía una forma muy especial de ver el mundo.
—Bueno, si realmente quieres ser un mimo, tendrás que practicar mucho. ¿Estás listo para eso? —le preguntó.
—¡Sí, mamá! ¡Voy a empezar ahora mismo! —respondió Noah, con los ojos brillando de emoción.
Y así fue como Noah comenzó su entrenamiento para convertirse en mimo. Al principio, todo le parecía muy difícil. Intentaba hacer gestos elegantes con las manos, pero siempre terminaba tropezando con su propio pie. Intentaba «meterse» en una caja invisible, pero la caja parecía siempre más grande que él. ¡Y ni hablar de hacer un gesto de «silencio»! Era como si todo el mundo tuviera que escuchar su risa, a pesar de sus esfuerzos por ser callado.
Pero Noah no se rindió. Cada día practicaba en su jardín, haciendo movimientos suaves y expresivos, imaginando que sus manos se transformaban en nubes, y su cuerpo, en una rama de árbol meciéndose al viento. A veces, cuando veía a su mamá pasar por la ventana, le hacía una señal invisible como si la estuviera atrapando en una burbuja de aire, solo para hacerla reír.
Un día, después de semanas de práctica, Noah decidió que ya era el momento de mostrarle a su mamá lo que había aprendido. Se puso su camiseta más cómoda, se miró al espejo, y se dijo: «Hoy es el día».
Se acercó a su mamá, que estaba sentada en el sofá leyendo un libro, y comenzó a moverse con mucha suavidad. Hizo como si abriera una puerta invisible, luego pasó por ella, como si estuviera en un mundo nuevo. Después, comenzó a «subir» una escalera invisible, con mucha concentración en su rostro. Cada movimiento estaba lleno de detalles, como si realmente estuviera interactuando con algo que solo él podía ver.
La mamá de Noah lo observó en silencio, asombrada. Cuando Noah terminó, hizo una pequeña reverencia, como si hubiera dado un gran espectáculo. Su mamá estalló en aplausos y se levantó a abrazarlo.
—¡Noah, eso fue increíble! —dijo con una sonrisa enorme—. ¡Te has convertido en un mimo de verdad!
Noah, orgulloso de sí mismo, sonrió y dijo:
—Gracias, mamá. Ahora sé que, aunque no hablo, puedo contar historias con mis manos y mi cuerpo. Y eso es mágico.
Desde ese día, Noah se convirtió en el mimo más famoso de su casa. Todos los días, se le ocurrían nuevas formas de contar historias y hacer magia sin palabras. Y su mamá, orgullosa de su pequeño mimo, siempre lo acompañaba con su sonrisa, porque sabía que, a veces, las historias más bonitas son las que no necesitan palabras.
Peque: ¿Qué historias contarías sin hablar?
No te pierdas más cuentos llenos de imaginación: https://tucuento.eu/#Apuntate
¡Recibirás nuestro pack de cuentos de bienvenida!
#CuentosConValores#ImaginaciónInfantil#AprenderJugando#HistoriasMágicas#CuentosDivertidos