Los juguetes que decidieron cambiar

Todo comenzó una noche tranquila en el cuarto de Martín. Los juguetes, como de costumbre, estaban esparcidos por el suelo después de una tarde de juegos. El tren de madera estaba en una esquina, los bloques de construcción formaban una torre a medio terminar, y un pequeño robot plateado yacía boca abajo. Pero lo que Martín no sabía era que, cuando las luces se apagaban, los juguetes cobraban vida.

Esa noche, sin embargo, algo extraño sucedió. La muñeca Mimi, que siempre estaba sonriente, frunció el ceño. El tren de madera, que solía ser el más alegre de todos, soltó un suspiro largo.

—Estoy agotado —dijo la muñeca, mientras se estiraba—. Martín nos ama, pero siempre jugamos a lo mismo.

El robot plateado, que llevaba años siendo el guardián del castillo de bloques, se levantó lentamente y asintió.

—Es cierto. Nunca probamos algo diferente. Siempre terminamos en los mismos juegos, y creo que podríamos hacer mucho más.

El tren, que se llamaba Locotren, levantó su pequeña chimenea y exclamó:

—¡Deberíamos cambiar de roles! ¡Probar cosas nuevas! ¡Yo podría ser un avión o un superhéroe!

Los juguetes se miraron con entusiasmo. La idea de cambiar era emocionante. Nunca antes habían pensado en jugar a algo distinto a lo que Martín imaginaba para ellos. Pero aquella noche, decidieron hacerlo a su manera.

—¡Vamos a reorganizarnos! —gritó el robot—. Yo seré el jefe de una aventura espacial.

—Y yo seré la científica que nos ayude a encontrar nuevos mundos —dijo Mimi, emocionada—. Siempre quise ser más que una muñeca de té.

Locotren, encantado con la idea, comenzó a rodar rápidamente por el suelo.

—¡Y yo seré el cohete que nos lleve al espacio exterior!

Con todos emocionados, empezaron a construir su nave espacial usando los bloques de construcción. Cada uno tenía una función distinta: el tren colocó las piezas más grandes, Mimi las decoró con colores, y el robot ajustó los engranajes imaginarios para que todo funcionara a la perfección. En poco tiempo, ¡la nave espacial estaba lista!

—¡Hora de despegar! —anunció el robot con una voz seria, como si realmente fuera el capitán de una gran misión intergaláctica.

Se subieron a la nave, que imaginaban llena de botones y pantallas, y contaron juntos.

—¡Tres, dos, uno… despegue!

Locotren rugió como un cohete y la nave imaginaria se elevó por el aire, o al menos en sus mentes. El cuarto de Martín se transformó en un vasto universo lleno de estrellas, planetas de colores y misteriosas criaturas. Los juguetes exploraron planetas desconocidos, vencieron a monstruos galácticos y descubrieron tesoros escondidos en asteroides de oro brillante.

El robot, con sus antenas relucientes, guiaba la misión con valentía. Mimi analizaba muestras de roca espacial, y Locotren seguía llevando a todos a lugares lejanos y asombrosos. Estaban tan concentrados en su nueva aventura que ni siquiera notaron cuando el sol empezó a asomarse por la ventana.

De repente, escucharon un crujido. Era Martín, que se despertaba. Los juguetes se quedaron quietos en sus posiciones. Pero cuando Martín entró al cuarto, se detuvo con una mirada de sorpresa.

—¿Qué pasó aquí? —preguntó en voz alta, observando cómo todos los juguetes estaban alineados de manera diferente. El tren estaba junto a los bloques, Mimi parecía estar estudiando algo, y el robot estaba en lo más alto de la torre.

—¡Parece que han estado en una misión espacial! —dijo Martín riendo, imaginando una historia que no estaba tan lejos de la realidad.

Esa mañana, Martín decidió seguir el juego de los juguetes. Pasó horas creando nuevas aventuras espaciales con ellos. El tren se convirtió en su cohete, la muñeca en una brillante científica, y el robot en el valiente capitán de la nave.

Lo que Martín nunca supo fue que sus juguetes ya habían vivido esa aventura antes de que él despertara. Ahora que todos habían probado nuevos roles, se sentían más felices y llenos de energía.

Al final del día, cuando Martín dejó a los juguetes en su lugar y apagó la luz, Mimi sonrió.

—Hoy fue increíble, —dijo en voz baja—. Pero… ¿y mañana?

Locotren, que estaba descansando después de tanta «velocidad espacial», levantó la mirada con picardía.

—Mañana, podríamos ser… ¡piratas del cielo!

—¡O exploradores del fondo marino! —añadió el robot.

—Las posibilidades son infinitas —suspiró Mimi—. Lo importante es que, juntos, podemos ser lo que queramos.

Y así, mientras Martín dormía, sus juguetes comenzaron a planear nuevas aventuras, sabiendo que, aunque fueran solo juguetes, su imaginación los llevaría a lugares insospechados.

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