Bella tenía ocho años y un mundo entero pegado a la pared de su cuarto. Su mapa era grande, colorido, y tenía pequeños alfileres con hilos de lana que conectaban los lugares que quería visitar algún día. Pero sólo uno tenía un corazón rojo dibujado encima: Australia.
Cada noche, antes de dormir, Bella se ponía su sombrero de exploradora y cerraba los ojos para emprender su viaje soñado.
En sus sueños, surfeaba en las olas doradas de Bondi Beach, hablaba con canguros que usaban gafas de sol, y tomaba el té con koalas bajo los árboles de eucalipto. A veces, bailaba con los colores del atardecer sobre el desierto del Outback, mientras el viento silbaba canciones que nunca había escuchado.
Sus padres la miraban sonreír mientras dormía.
En la escuela, mientras otros niños jugaban a ser astronautas o superhéroes, Bella dibujaba. Pintaba cielos con soles gigantes, árboles de eucalipto, canguros saltando entre estrellas.
—Soñar no cuesta nada —decía ella—, y me lleva muy lejos.
Los años pasaron. Bella creció y se convirtió en una gran pintora. Aunque nunca había salido de su país, Australia seguía viva en sus cuadros, como si la llevara dentro desde siempre.
Una tarde cualquiera, vio un cartel pegado en la ventana de una cafetería:
Concurso internacional de arte: “Pinta tu lugar soñado”
Primer premio: viaje a Australia y exposición en la Galería Nacional de Melbourne.
El corazón de Bella dio un salto. Pasó toda la noche pintando. Puso en su obra un cielo inmenso, rojo y dorado, canguros como siluetas contra el sol, y un árbol solitario con sombra en forma de corazón. Lo llamó:
“La tierra soñada».
Semanas después, mientras regaba sus plantas, recibió un correo con letras grandes:
¡FELICIDADES, BELLA! Tu pintura ha ganado el primer premio. ¡Nos vemos en Australia!
No lo podía creer. Rió. Lloró. Llamó a sus padres. Abrazó el mapa viejo que aún guardaba enrollado en un rincón de su armario.
No fue la suerte, ni una coincidencia, sino el poder de su sueño y el arte con el que lo alimentó durante años lo que finalmente la llevó hasta Australia.
Allí, caminó por playas que ya conocía sin haberlas pisado. Vio los colores reales del desierto que su corazón había pintado cientos de veces. Y entendió que cuando sueñas con el alma, todo lo que imaginas empieza a construirse, pincelada a pincelada.
Esa noche, desde la ventana de un pequeño hotel en Melbourne, Bella escribió en su diario:
«Soñar no es sólo desear. A veces es insistir… y seguir creyendo, hasta que el mundo te dice: ahora sí. Llegó el momento.»
¿𝐁𝐨𝐧𝐢𝐭𝐚 𝐡𝐢𝐬𝐭𝐨𝐫𝐢𝐚? 𝐀𝐡𝐨𝐫𝐚 𝐩𝐮𝐞𝐝𝐞𝐬 𝐩𝐫𝐨𝐛𝐚𝐫 𝐧𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐚 𝐚𝐩𝐩 𝐝𝐞 𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬. 𝐄𝐬𝐭𝐚𝐦𝐨𝐬 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐟𝐚𝐬𝐞 𝐁𝐞𝐭𝐚.
𝐓𝐞 𝐝𝐚𝐫𝐞𝐦𝐨𝐬 𝐚𝐜𝐜𝐞𝐬𝐨 𝐞𝐱𝐜𝐥𝐮𝐬𝐢𝐯𝐨 𝐬𝐢 𝐭𝐞 𝐚𝐩𝐮𝐧𝐭𝐚𝐬 𝐚 𝐧𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐚 𝐧𝐞𝐰𝐬𝐥𝐞𝐭𝐭𝐞𝐫, ¡𝐞𝐬 𝐠𝐫𝐚𝐭𝐢𝐬!:
𝐡𝐭𝐭𝐩𝐬://𝐭𝐮𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐨.𝐞𝐮/#𝐀𝐩𝐮𝐧𝐭𝐚𝐭𝐞
𝐀𝐥 𝐬𝐮𝐬𝐜𝐫𝐢𝐛𝐢𝐫𝐭𝐞, 𝐫𝐞𝐜𝐢𝐛𝐢𝐫á𝐬 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢é𝐧 𝐮𝐧 𝐩𝐚𝐜𝐤 𝐝𝐞 𝐛𝐢𝐞𝐧𝐯𝐞𝐧𝐢𝐝𝐚 de 𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬 𝐜𝐨𝐧 𝐢𝐥𝐮𝐬𝐭𝐫𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬.
Pregunta para los pequeños lectores:
¿Tienes un lugar soñado que te gustaría visitar algún día?, ¿cuál?