La manta de los sueños mágicos 

En un pequeño pueblo rodeado de montañas y bosques, vivía una abuelita llamada Clara. Ella tenía una casa llena de colores, tejía mantas que parecían tener vida propia, y todos los niños del pueblo adoraban visitarla.

Cada tarde, Clara se sentaba en su sillón junto a la chimenea y comenzaba a tejer con sus manos arrugadas pero ágiles. Sus mantas eran suaves como las nubes y tenían colores tan brillantes que parecían brillar incluso en la oscuridad. Los niños siempre le preguntaban: “¿Abuelita, qué harás con esta manta?”. Clara sonreía y les respondía: “Esta manta es especial, porque con ella se pueden hacer realidad los sueños más bonitos”.

Un día, una niña llamada Sara, que siempre había sido muy curiosa, decidió quedarse un poco más después de que los demás niños se fueran. Ella miraba las mantas de Clara con mucho interés.

—Abuelita, ¿de verdad tus mantas hacen realidad los sueños? —preguntó Sara, con los ojos muy abiertos.

Clara la miró y, con una sonrisa misteriosa, le dijo:

—Sí, querida. Cada manta tiene un poder especial. Cuando te cubres con una de ellas, tus sueños más profundos se hacen realidad, pero debes tener un corazón puro y saber qué es lo que realmente deseas.

Sara no podía creerlo, pero decidió probarlo.

—¿Puedo usar una manta, abuelita? —preguntó, con voz suave.

Clara asintió y le dio una manta de color azul, con hilos dorados que brillaban como estrellas. Sara la abrazó y, al instante, se sintió como si estuviera flotando en el aire.

—Recuerda, Sara —dijo Clara, mientras la niña se acomodaba en su cama—, que los sueños más hermosos vienen de un corazón lleno de amor y gratitud.

Esa noche, Sara se tapó con la manta y cerró los ojos. De repente, se encontró en un bosque mágico, rodeada de árboles gigantes que susurraban historias antiguas. Los animales, en lugar de huir, la miraban con curiosidad y sonreían. Un pájaro de colores brillantes voló hasta ella y le dijo:

—¿Qué deseas, pequeña amiga?

Sara pensó por un momento. Sabía que en su corazón había algo muy importante que deseaba, pero no sabía cómo pedirlo. Miró a su alrededor y vio las flores más hermosas que jamás había visto. De repente, se dio cuenta de lo que quería.

—Quiero que el mundo sea tan bonito como este bosque, lleno de colores y vida, para que todos los niños puedan disfrutarlo —dijo Sara, con una sonrisa.

El pájaro asintió y, con un canto melodioso, las flores comenzaron a brillar aún más. Los árboles crecieron más altos, y un río cristalino apareció, lleno de peces de colores. El bosque se llenó de risas, y Sara sintió una paz profunda en su corazón.

Al despertar, Sara se dio cuenta de que la manta de Clara había cumplido su deseo. En el pueblo, los niños comenzaron a cuidar más la naturaleza. Plantaron flores, limpiaron los ríos y cuidaron los árboles. Sara había entendido que los sueños no sólo se trataban de pedir algo para uno mismo, sino de hacer el bien a los demás y al mundo que nos rodea.

Esa tarde, Sara regresó a la casa de Clara para agradecerle. La abuelita, con su sonrisa sabia, le dio un abrazo cálido.

—Recuerda, querida, que los sueños más grandes son aquéllos que hacen brillar el mundo.

Y desde ese día, Sara se convirtió en la defensora del bosque y la naturaleza. Siempre que veía a alguien cuidando el entorno, sentía que el sueño de su corazón se hacía más grande y más hermoso.

Peques: 

¿Qué haríais si pudierais pedir un deseo para el mundo?

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