¡PLAF! Un fuerte tambor resonó por todo el circo, y el público guardó silencio. La lona roja vibraba con emoción. Bajo la carpa, un grupo de animales coloridos esperaban su turno para mostrar sus increíbles habilidades. Allí estaba Rino el rinoceronte equilibrista, Max la cebra malabarista, y al fondo, sentada en silencio, Nube, la pequeña leona que no sabía hacer nada especial.
Cada noche, Nube veía cómo sus amigos realizaban sus actos espectaculares y escuchaba los aplausos del público. Pero cuando era su turno, se quedaba inmóvil, temerosa, mientras los espectadores esperaban alguna hazaña. «¿Qué hace ella?» murmuraban. Nadie sabía qué responder, porque ni siquiera Nube sabía qué era lo que podía hacer.
Nube no tenía la agilidad de la pantera Acróbata, ni la gracia de los flamencos bailarines. Aunque era rápida y fuerte, no había nada que la hiciera destacar en el circo. Pero lo que nadie sabía era que ella tenía un sueño. Cada noche, cuando se acostaba sobre la paja en su rincón de la jaula, Nube soñaba que volaba. No con alas de plumas, ni de murciélago, sino que flotaba como una nube en el cielo, ligera y libre.
Una mañana, Nube decidió hablar con el señor Malabar, el director del circo, un viejo mono que había visto todo tipo de talentos. «Quiero volar,» le dijo Nube con voz firme.
El señor Malabar la miró sorprendido y soltó una pequeña risa. «Pero los leones no vuelan, pequeña. Son animales fuertes, ágiles en la tierra. No en el aire.»
«Pero yo siento que debería volar. Lo sueño todas las noches,» insistió Nube.
El señor Malabar frunció el ceño. «¿Qué tal si pruebas algo más? Podrías aprender a saltar a través de aros de fuego, o hacer un número con los tigres.»
Nube suspiró, pero aceptó intentarlo. Días después, practicó con los tigres. Saltó, corrió, pero nada de eso la hacía sentir como cuando soñaba volar. Seguía sintiéndose incompleta.
Una tarde lluviosa, Nube salió de la carpa del circo para pensar. El cielo estaba cubierto de nubes grises, pero en la distancia, vio algo curioso. Un pequeño gorrión se esforzaba por volar contra el viento. Batía sus alas sin descanso, pero no lograba avanzar. Finalmente, agotado, el gorrión se posó en el suelo, justo al lado de Nube.
«¿Qué te pasa?» preguntó Nube.
«El viento es demasiado fuerte hoy. No puedo volar muy alto,» respondió el gorrión, mirando con tristeza las nubes.
Nube lo observó en silencio y luego le dijo: «¿Sabes? Yo siempre he querido volar, pero soy demasiado grande, demasiado pesada para elevarme.»
El gorrión la miró sorprendido. «¿Un león volando? Eso sería algo increíble. Pero, ¿qué tal si no necesitas alas? Hay otras formas de volar.»
Nube parpadeó. «¿Cómo?»
«El aire no es la única manera. La libertad de volar también está en el corazón y en la mente. Si lo sueñas, tal vez puedas encontrar otra manera de sentirte como en el aire.»
Las palabras del gorrión resonaron en la cabeza de Nube. Esa noche, no pudo dormir pensando en lo que él le había dicho. No sabía cómo, pero estaba decidida a descubrir su propia manera de volar.
Al día siguiente, volvió al señor Malabar. «Quiero hacer algo nuevo. Necesito una cuerda, una muy larga.»
El señor Malabar la miró con curiosidad, pero accedió. Pronto, una cuerda colgaba del techo de la carpa, y todos los animales se reunieron para ver qué iba a hacer Nube.
«Voy a volar,» anunció con decisión. Trepó con sus fuertes patas por la cuerda hasta llegar muy alto, justo bajo el gran domo de la carpa. El público, los animales, todos contuvieron la respiración.
Con un rugido, Nube se lanzó al vacío. Pero no cayó. Al contrario, sus garras aferraron la cuerda, y con un giro ágil, empezó a balancearse. De un lado al otro, subiendo cada vez más alto. La cuerda giraba y Nube parecía danzar en el aire, ligera como una nube.
El público estalló en aplausos. Nube, con su pelaje dorado flotando alrededor de ella, se sentía libre. No volaba con alas, pero en su corazón, lo hacía. En ese momento, comprendió que había encontrado su manera única de elevarse por el aire, de ser lo que siempre soñó: una leona que podía volar, aunque fuera con la imaginación y el movimiento.
Cuando terminó su actuación, descendió suavemente al suelo, donde el señor Malabar y los demás la esperaban asombrados.
«¡Lo lograste, Nube!» gritó Max la cebra. «¡Volaste!»
«De una manera que nadie esperaba,» añadió Rino, impresionado.
Nube sonrió, respirando profundamente. «Tal vez no tengo alas,» dijo, «pero descubrí que, a veces, volar significa simplemente encontrar una nueva forma de ser libre.»
Una respuesta a “La leona que soñaba con volar”
Me gustan los cuentos cortos y éste es uno de ellos . Derecho a soñar como la leona Nube . Muy tierno y bonito.
Gracias por este gran regalo.