Era una mañana soleada cuando Leo, un niño curioso con una gran pasión por los dinosaurios, salió al jardín con su lupa en mano. «Hoy es el día perfecto para una aventura», pensó. Mientras caminaba, algo capturó su atención. En el suelo, entre las plantas y la tierra húmeda, había una serie de huellas enormes. Eran huellas diferentes a las que había visto antes.
—¿Quién habrá dejado esto? —se preguntó con los ojos bien abiertos.
Sin pensarlo dos veces, decidió seguirlas. Las huellas lo llevaron al parque que se extendía justo detrás de su casa. Mientras avanzaba, las huellas se hacían más y más grandes, hasta que de repente, ¡se detuvieron frente a un enorme arbusto! Leo se inclinó hacia adelante para ver mejor. Fue entonces cuando escuchó una voz suave y profunda.
—¿Me estás buscando? —preguntó una figura detrás del arbusto.
Leo dio un salto hacia atrás, su corazón latía a mil por hora. Lentamente, una cabeza grande y escamosa asomó entre las ramas. Era un dinosaurio, pero no cualquier dinosaurio. Tenía plumas de colores brillantes, ojos amarillos enormes y una sonrisa que, lejos de ser aterradora, era amistosa.
—Soy Rocco, un deinonico —dijo la criatura, moviendo su cola con elegancia.
—¡Un dinosaurio! —gritó Leo con emoción, olvidando su miedo.
—¿Qué haces aquí? ¡Los dinosaurios ya no existen!
Rocco soltó una pequeña carcajada.
—Bueno, digamos que algunos de nosotros somos muy buenos escondiéndonos.
Leo no podía creer lo que estaba viendo. ¡Un dinosaurio de verdad frente a él!
—¿Cómo has llegado aquí? —preguntó Leo, intrigado.
—Te contaré un secreto —dijo Rocco mientras se sentaba en una roca cercana—. Hace millones de años, todos los dinosaurios desaparecieron, pero no porque fuéramos derrotados. Algunos de nosotros encontramos un portal mágico que nos permitió quedarnos en este mundo. Nos escondemos muy bien, en lugares donde los humanos no pueden encontrarnos.
—¡Eso es increíble! —exclamó Leo.
Rocco continuó con su historia, hablando de las criaturas que había conocido y las aventuras que había vivido, hasta que de repente, la tierra comenzó a temblar. Las ramas de los árboles se agitaban, y las hojas caían del cielo como lluvia.
—Oh, no… —susurró Rocco, mirando al suelo—. ¡Es Rex!
—¿Rex? ¿Quién es Rex? —preguntó Leo, alarmado.
—Rex es un tiranosaurio bastante… temperamental. No le gusta que haya humanos cerca.
En ese momento, un rugido ensordecedor resonó por todo el parque. Leo miró hacia el horizonte y vio una sombra enorme que se acercaba a ellos. Era un tiranosaurio, con dientes afilados y ojos que parecían fuego.
—¡Tenemos que escondernos! —gritó Rocco, empujando a Leo hacia el arbusto.
Ambos se agazaparon entre las hojas mientras el gigante Rex se acercaba, olfateando el aire. El suelo temblaba bajo sus poderosas patas, y Leo apenas podía respirar de los nervios.
—¿Nos encontrará? —susurró Leo, intentando no hacer ruido.
—Confía en mí, si permanecemos en silencio, pasará de largo —le respondió Rocco, muy concentrado.
Durante lo que parecieron horas, el tiranosaurio caminó alrededor del arbusto, buscando cualquier señal de vida. Finalmente, después de olfatear un poco más, se giró y se alejó, rugiendo mientras se perdía en el bosque.
Leo soltó un largo suspiro de alivio.
—¡Eso fue increíblemente aterrador! —exclamó, con el corazón todavía latiendo fuerte.
Rocco asintió.
—Sí, pero también emocionante, ¿verdad? Ahora ya conoces nuestro mayor secreto. No muchos humanos han visto a un dinosaurio de cerca.
Leo sonrió.
—¡Y tengo tantas preguntas! ¿Cuántos más de ustedes hay? ¿Hay otros portales?
Rocco se rascó la cabeza con una de sus garras.
—Eso es algo que tendrás que descubrir por ti mismo. Cada aventura trae nuevas respuestas, pero también nuevas preguntas. Lo importante es que siempre estés dispuesto a aprender y explorar.
Antes de que Leo pudiera hacer otra pregunta, Rocco comenzó a brillar. Primero de un suave color dorado, luego más y más brillante, hasta que el dinosaurio empezó a desvanecerse en el aire como polvo de estrellas.
—¿Rocco? ¡Rocco! —gritó Leo, pero ya era tarde. El deinonico había desaparecido, dejándolo solo en el parque.
Miró las huellas en el suelo, que también empezaban a desvanecerse. Todo parecía un sueño, pero Leo sabía que lo que había vivido era real. Corrió de vuelta a casa, emocionado por contarle a todos su increíble aventura.
Desde ese día, cada vez que veía una huella extraña o escuchaba un rugido en la distancia, se preguntaba si Rocco estaba cerca. Sabía que algún día volvería a encontrarse con su amigo dinosaurio y que, mientras tanto, el mundo estaba lleno de secretos esperando ser descubiertos.