Era la noche de Halloween en la ciudad de los fantasmas. El aire estaba lleno de risas y murmullos, pero también había algo más. Algo extraño. Desde hacía días, una misteriosa niebla cubría las calles. No era una niebla normal, sino una que parecía tener vida propia. «¡Uuuuh!» hacía el viento mientras las luces de las farolas se apagaban solas.
Rufus, un pequeño fantasma curioso, miraba desde su ventana. «Mamá, ¿por qué la niebla no se va?», preguntó. «Nadie lo sabe, cariño», respondió su madre mientras ajustaba su sábana blanca. «Pero no te preocupes, seguro que no es nada».
Pero Rufus no estaba tan seguro. Esa noche decidió averiguar qué estaba pasando. Se puso su gorro de detective y salió volando por la ventana, sintiendo el aire frío contra su sábana. «Si alguien puede resolver este misterio, soy yo», pensó con orgullo.
Voló hasta la plaza principal, donde el reloj de la torre daba las campanadas de medianoche. «¡Toc, toc, toc!» sonaban las campanas mientras la niebla se hacía más espesa. De repente, escuchó una risa que venía de detrás de un gran árbol.
«¿Hola?» dijo Rufus con voz temblorosa. De entre la niebla, apareció una figura pequeña. Era Robi, el espantapájaros, que parecía un poco preocupado. «¡Hola, Rufus!», dijo Robi. «¿También has venido a ver la niebla?»
Rufus asintió. «Sí, pero no sé de dónde viene. Algo raro está pasando, y quiero descubrirlo. ¿Me ayudas?»
Robi sonrió, aunque sus ojos de botones se veían un poco asustados. «¡Claro! No podemos dejar que la ciudad de los fantasmas tenga miedo en Halloween, ¡es nuestra noche favorita!»
Juntos, volaron por las calles vacías, buscando pistas. El viento hacía «uuuh» y las hojas secas crujían bajo sus pies. «Crac, crac». De repente, un chillido les hizo detenerse. Era Nino, el búho, que revoloteaba nervioso cerca del lago. «¡Cuidado!» gritó. «¡La niebla se está moviendo!»
«¿Moviendo?» dijo Rufus. «¿Qué quieres decir?»
Nino bajó volando hasta ellos. «¡La vi! Se desliza como una serpiente, como si estuviera buscando algo o… ¡alguien!» Su voz temblaba un poco.
Rufus frunció el ceño. «Esto cada vez es más raro. Tenemos que ir al lugar más alto para ver mejor», dijo, señalando la torre del reloj.
Con el viento silbando en sus oídos, los tres amigos llegaron hasta la torre. Desde allí arriba, la vista era increíble. Pero algo captó la atención de Rufus. «¡Miren eso!», dijo señalando una sombra en la niebla. Parecía un gran portal oscuro.
«¿Qué es eso?» preguntó Robi, sus ojos de botones brillaban de curiosidad. «Vamos a ver», respondió Rufus, decidido.
Con valentía, volaron hacia el misterioso portal. Cada vez que se acercaban, la niebla parecía disiparse un poco, revelando algo aún más misterioso. ¡Una gran puerta de piedra estaba en medio de la plaza!
«¿Siempre ha estado ahí?» preguntó Nino, rascándose la cabeza con su ala.
«No lo creo», dijo Rufus, y empujó la puerta con fuerza. «¡Creeeec!» hizo la puerta al abrirse, revelando un túnel oscuro. Sin pensarlo dos veces, Rufus entró. Robi y Nino lo siguieron de cerca.
El túnel los llevó a una sala secreta, llena de luces titilantes y figuras extrañas. En el centro, una pequeña criatura se escondía detrás de un gran libro. Era un duende, de orejas puntiagudas y ojos brillantes.
«¡Ah! ¡No me hagan daño!» gritó el duende, saltando de su escondite. «No sabía que estaba molestando a los fantasmas de la ciudad. Solo quería encontrar mi camino de vuelta a casa».
Rufus lo miró con curiosidad. «¿Eres tú el que ha traído la niebla?»
El duende asintió, avergonzado. «Sí, pero no era mi intención. Me perdí al viajar por las sombras y la niebla me siguió. No sabía que causaría tanto alboroto».
Rufus sonrió, entendiendo la situación. «No querías asustar a nadie, sólo necesitabas ayuda para volver a tu hogar». Se acercó al duende y le tendió la mano. «Podemos ayudarte. Sólo dinos dónde está tu casa».
El duende se secó las lágrimas y sonrió. «Mi casa está en el bosque encantado, pero necesito una luz especial para encontrar el camino de vuelta». Rufus, con sus amigos a su lado, decidió acompañarlo.
Salieron de la sala secreta y buscaron entre las calles oscuras de la ciudad hasta encontrar una estrella mágica que brillaba en lo alto de la torre del reloj. Con la luz en sus manos, el duende logró abrir un portal hacia su hogar.
«¡Gracias!» dijo el duende antes de desaparecer en la niebla, que ahora comenzaba a disiparse.
Cuando la niebla finalmente se fue, la ciudad de los fantasmas volvió a estar tranquila. Rufus y sus amigos regresaron a casa, sabiendo que habían hecho algo muy especial esa noche. Habían resuelto el misterio y ayudado a un nuevo amigo.