El reno Rudi y el sendero de copos mágicos

Era la noche más importante del año en el Polo Norte. El taller de Santa Claus brillaba con luces de colores, y los elfos corrían de un lado a otro ajustando los últimos detalles de los regalos. Los renos, enganchados al gran trineo, estaban listos para comenzar el viaje alrededor del mundo. Pero había un problema.

“¿Dónde está Rudi?”, preguntó Santa con una ceja levantada. “¡Sin él, no podemos despegar!”

Rudi, el reno más joven y encargado de llevar la brújula mágica, no estaba en su lugar. Mientras los demás renos miraban inquietos, Rudi estaba lejos, muy lejos del taller. Había salido temprano para buscar un trébol helado, una de sus hierbas favoritas, pero algo raro había sucedido.

“¡Ay, ay, ay!”, exclamó Rudi mientras miraba a su alrededor. Todo estaba cubierto de nieve blanca y brillante. “¿Dónde está el taller? Este no es el camino de vuelta…”

La nieve caía con fuerza, y el viento ululaba como si cantara un viejo secreto. Rudi no podía ver más allá de sus propios cascos. “¡Piensa, Rudi! Si no vuelves, Santa no podrá entregar los regalos”, murmuró. Pero cuanto más pensaba, más perdido se sentía.

Entonces, un destello rojo llamó su atención. Era un zorro ártico con ojos brillantes y un pelaje tan rojo como las bufandas de los elfos.

“¿Te has perdido, pequeño reno?” preguntó el zorro con una voz suave.

“Sí, y es urgente que regrese al taller de Santa. ¿Puedes ayudarme?”

El zorro inclinó la cabeza. “Conozco el bosque como la punta de mi cola, pero hay un problema. ¡El viento está tan fuerte que ni siquiera yo puedo guiarte! Pero hay alguien que podría ayudarte: la Gran Estrella del Norte.”

“¿La Gran Estrella del Norte?” preguntó Rudi.

“Sí”, dijo el zorro. “Es la más brillante de todas. Pero tendrás que usar algo más que tus ojos para encontrarla. Sigue tu imaginación, y ella te guiará.”

Con esas palabras, el zorro desapareció en la tormenta.

“Mi imaginación…” Rudi cerró los ojos, tratando de recordar. Santa siempre decía: “Tu imaginación es como un mapa mágico; si lo usas bien, nunca te perderás.”

De repente, sintió un calor extraño. Abrió los ojos y vio que los copos de nieve bailaban a su alrededor, formando un camino brillante. “¿Es esto… la magia de la estrella?”, se preguntó.

Siguiendo el camino, Rudi pasó por un bosque donde los árboles parecían susurrar: “¡Por aquí, Rudi, por aquí!” Cada paso lo llevaba más cerca de algo familiar. Pero entonces, el camino desapareció. Todo estaba oscuro otra vez.

“¡No puedo rendirme ahora!” dijo Rudi. Miró al cielo y, justo en ese momento, entre las nubes, vio un destello brillante. ¡Era la Gran Estrella del Norte! Brillaba como un faro, guiándolo de vuelta al taller.

Cuando llegó, jadeando y con el corazón lleno de emoción, todos lo recibieron con alegría. “¡Rudi, llegaste justo a tiempo!”, exclamó Santa, colocándole la brújula mágica en el cuello.

El joven reno se colocó en su lugar al frente del trineo, con la Gran Estrella brillando sobre él. Y cuando Santa gritó: “¡Ho, ho, ho! ¡A volar!”, Rudi supo que había aprendido algo muy especial.

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