En una pequeña habitación, un niño llamado Nico estaba acostado en su cama, con la manta bien ajustada hasta la nariz. A su alrededor, la oscuridad danzaba suavemente, y el único sonido era el leve crujido de las hojas que el viento movía fuera de su ventana. Pero había algo más: un susurro suave que parecía venir de debajo de la cama.
—¡No, no, no! —se dijo Nico, cerrando los ojos con fuerza. Sabía que había algo ahí.
Cada noche, al llegar la hora de dormir, su mente se llenaba de imágenes de monstruos y sombras. Se imaginaba un monstruo de grandes ojos amarillos y colmillos afilados, esperando a que él se descuidara. Pero esta vez, algo era diferente.
—¡Basta ya, Nico! —se dijo a sí mismo—. Esta noche, ¡voy a enfrentar mi miedo!
Con el corazón latiendo fuerte, se levantó de la cama y se agachó para mirar debajo. El espacio estaba oscuro y lleno de polvo, pero entonces, vio algo que brillaba: un par de ojos amarillos.
—¿Hola? —dijo Nico, temblando un poco.
—¡Hola! —respondió una voz suave y temblorosa desde las sombras. Nico se sorprendió al escuchar que no era un gruñido aterrador, sino un tono triste.
—¿Eres un… monstruo? —preguntó, sintiéndose un poco más valiente.
—Sí —respondió el monstruo, asomando lentamente su cabeza—. Soy Moni, el monstruo de debajo de la cama. Pero no soy malo. Sólo estoy muy solo.
Nico se sintió confundido. La idea de un monstruo solitario era muy diferente a lo que había imaginado.
—¿Solo? —preguntó Nico—. ¿Por qué no sales a jugar?
—Porque todos me tienen miedo —susurró Moni, con voz triste—. Así que me escondo aquí.
Nico pensó por un momento. Tal vez el monstruo no era tan aterrador después de todo.
—Yo no tengo miedo de ti —dijo Nico, decidido.
—¿De verdad? —Moni se iluminó, sus ojos brillando con esperanza.
—Sí, de verdad. Vamos a ser amigos —respondió Nico, sonriendo.
Con un poco de esfuerzo, Nico se deslizó debajo de la cama. Al hacerlo, se dio cuenta de que Moni no era tan grande como había imaginado. Tenía suaves escamas de color verde y un par de alas pequeñas. Era más como un dragón que un monstruo.
—¡Vaya! —exclamó Nico—. ¡Eres genial!
—¿Te gustaría jugar? —preguntó Moni, entusiasmado.
Nico asintió, y juntos comenzaron a jugar a las escondidas en el pequeño espacio de debajo de la cama. Rieron, se contaron historias y compartieron sueños. Nico aprendió que Moni adoraba las estrellas y soñaba con ver el cielo desde fuera.
—A veces, siento que el mundo de arriba es mágico —dijo Moni, mirando a Nico con ojos brillantes—. Pero nunca puedo salir.
—¿Por qué no? —preguntó Nico.
—Porque tengo miedo de lo que pueda pensar la gente —respondió Moni—. No quiero asustarlos.
Nico pensó en su propia experiencia. Había tenido miedo de Moni sin conocerlo.
—A veces, enfrentar nuestros miedos puede ser la mejor manera de descubrir cosas hermosas —dijo Nico con sinceridad.
Moni lo miró, sorprendido por sus palabras.
—¿De verdad crees que puedo salir?
—Sí, podemos salir juntos —ofreció Nico, sintiéndose cada vez más valiente.
Así que, tomando la mano de Moni, se deslizaron fuera de la cama. El cuarto estaba iluminado por la luz de la luna, y ambos miraron por la ventana, donde el cielo estrellado brillaba con fuerza.
—¡Mira, Moni! —gritó Nico—. ¡Las estrellas son mágicas!
Moni observó, maravillado. En ese momento, entendió que la amistad era más fuerte que cualquier miedo.
—Gracias, Nico. No sabía que el mundo de arriba era tan bonito —dijo Moni, sonriendo.
—Siempre puedes venir a jugar conmigo —ofreció Nico—. Juntos enfrentaremos cualquier cosa.
Desde esa noche, Moni ya no se escondió debajo de la cama. A menudo se unía a Nico en sus aventuras. Juntos exploraron el jardín, jugaron en el parque y contaron historias a la luz de la luna.
Nico aprendió que a veces lo desconocido puede ser un amigo esperando a ser descubierto. Y Moni descubrió que no hay nada que temer cuando tienes a alguien a tu lado.