El lápiz de los sentimientos

¡Plaf!

La caja de colores de Renata cayó al suelo, y los lápices rodaron por toda la habitación. Rápidamente, la niña se agachó para recogerlos, pero, entre los lápices de siempre, notó algo extraño. Había uno que no recordaba haber visto antes. Era un lápiz multicolor con un resplandor misterioso. Cuando lo tomó entre sus manos, sintió un cosquilleo en los dedos.

Curiosa, Renata corrió a su escritorio, tomó una hoja en blanco y empezó a dibujar un sol con la parte amarilla. Pero algo asombroso ocurrió: en lugar de amarillo, el sol se pintó de un azul triste.

—¡Qué raro! —exclamó Renata—. ¡El sol no es azul!

Decidió probar otra vez y dibujó una flor con el tallo verde y los pétalos rojos. Sin embargo, en vez de verse colorida y alegre, apareció marchita y gris. Renata frunció el ceño y miró el lápiz.

—¡Debe estar estropeado! —dijo.

Pero, de pronto, una voz suave resonó en su cabeza:

—No estoy estropeado. Pinto lo que sientes en tu corazón.

Renata se sobresaltó y miró a su alrededor. ¡El lápiz hablaba!

—¿Que pintas lo que siento? Pero si yo estoy bien…

El lápiz refulgió con un brillo suave y respondió:

—No, pequeña Renata. Hay algo en tu corazón que te pone triste.

Renata se quedó en silencio. Al principio, pensó que era una tontería, pero luego recordó que esa mañana había discutido con su mejor amiga, Camila. Se había sentido tan molesta que ni siquiera la miró en el colegio.

—Tal vez… esté un poco triste —murmuró Renata.

Para comprobarlo, tomó el lápiz y, esta vez, dibujó un corazón. El color que apareció fue un gris apagado. El lápiz tenía razón: algo en su interior la hacía sentir mal.

—¿Cómo puedo hacer que mis dibujos vuelvan a tener colores alegres? —preguntó Renata.

—Escucha a tu corazón y haz lo que te haga sentir mejor —contestó el lápiz.

Renata se quedó pensando. Sabía lo que tenía que hacer.

Esa tarde, mientras la lluvia golpeaba suavemente la ventana, Renata decidió que era el momento de arreglar las cosas. Fue a la cocina y preparó dos tazas de chocolate caliente con canela, como el que su abuela solía hacerle cuando necesitaba sentirse mejor. El aroma dulce llenó el aire, envolviéndola en una sensación de calidez.

Con decisión, tomó ambas tazas y caminó hasta la casa de Camila, que era su vecina. Al llegar, su amiga la miró con curiosidad. Renata le tendió una taza aún humeante y, con una sonrisa tímida, dijo:

—¿Hacemos las paces? Prometo que el chocolate sabe mejor sin enfados.

Camila la miró sorprendida… y luego sonrió.

—Sólo si es con canela —bromeó, aceptando la taza.

Las dos niñas se sentaron juntas en la escalera, disfrutando el chocolate mientras la lluvia seguía cayendo. En ese momento, Renata sintió un gran alivio, sabiendo que había hecho lo correcto al acercarse a su amiga y compartir ese momento.

Esa tarde, cuando llegó a casa, tomó el lápiz y volvió a dibujar un corazón. Esta vez, el color que apareció fue un rosa cálido y hermoso.

Peques: ¿Qué hacéis cuando discutís con un amigo? ¿Cómo podéis arreglarlo?

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