¡El gran juego de cartas mágicas! 

Una mañana soleada, en un pequeño rincón de la casa, una baraja de naipes dormía tranquilamente sobre la mesa. Nadie sabía que en sus corazones de papel y tinta, vivía una magia secreta. Cada carta guardaba un poder especial, pero solo el viento, que susurraba a través de la ventana, lo conocía.

“¡Zzzz! ¡Sssshh!” susurraba el viento mientras se colaba entre las cartas. “Hoy es el día.”

De repente, algo increíble sucedió. ¡La carta del rey de corazones saltó de su lugar y aterrizó sobre el suelo con un sonido seco! “¡Pum! ¡Venga, chicos! ¡Hoy es el gran día!” gritó el rey de corazones con su corona dorada, mirando a su alrededor.

El resto de las cartas de la baraja comenzaron a moverse lentamente. El 2 de tréboles dio un pequeño salto. El 10 de diamantes rodó por la mesa, y la reina de picas levantó una esquina, ¡como si estuviera despertando de un sueño profundo!

“¿Qué pasa aquí?” preguntó el 3 de corazones, con una expresión sorprendida en su rostro.

“Hoy es el día en que cobramos vida,” explicó el rey de corazones con una sonrisa traviesa. “¿Quién se atreve a jugar un juego épico conmigo?”

¡Las cartas se miraron unas a otras! Ninguna había estado nunca fuera del paquete, y la idea de un juego tan grande les emocionaba. Pero, al mismo tiempo, no sabían lo que les esperaba.

“Pero… ¿cómo jugamos?” preguntó la reina de tréboles, que tenía una capa verde brillante. “¿Y qué significa estar… vivas?”

“¡Eso lo descubriremos pronto!” dijo el rey, con su voz llena de entusiasmo. “Nuestro destino está en juego, y las reglas de este juego se las debemos a la magia. ¡Vamos a jugar!”

Así que, sin pensarlo dos veces, comenzaron el Gran Juego de Cartas Mágicas. Cada carta tenía un desafío diferente, y debían superarlo para avanzar en el tablero imaginario que había aparecido en el suelo de la casa.

El primer reto llegó rápido: la carta de 4 de corazones tuvo que saltar de una mesa alta sin caerse. “¡Cuidado!” gritó la reina de diamantes. “¡Es peligroso!”

Pero el 4 de corazones lo hizo con valentía, saltando alto y aterrizando suavemente en el suelo, como si flotara. ¡Todos aplaudieron! El viento sopló más fuerte, animando a las cartas a continuar.

Luego llegó el reto de la reina de picas: atravesar un túnel oscuro. “¡No puedo ver nada!” exclamó asustada.

Pero el rey de corazones le dio un buen consejo. “Cierra los ojos y confía en tu intuición. Deja que tu corazón te guíe.”

La reina de picas respiró profundo, cerró los ojos y, paso a paso, atravesó el túnel, ¡sin tropezar! Al final del túnel, brillaba una luz dorada.

“¡Lo logré!” dijo ella, sonriendo, y todas las cartas la celebraron. “Lo hice porque creí en mí misma.”

Con cada nuevo reto, las cartas aprendieron algo importante sobre sí mismas: que podían confiar en su fuerza interior y en el trabajo en equipo.

Finalmente, el último reto llegó: el gran laberinto. “¿Quién se atreve a entrar?” preguntó el rey de corazones.

“¡Yo!” dijo el 2 de tréboles, que siempre había sido un poco miedoso. Con valentía, avanzó por el laberinto, guiado por la luz que se filtraba desde el centro. Y al final, encontró la salida.

“¡Lo hice! ¡Lo hice!” gritó con alegría. “¡Todos podemos ser valientes!”

Las cartas, agotadas pero felices, se reunieron en el centro de la casa, celebrando su victoria. Habían aprendido a ser valientes, a confiar en ellos mismos, y sobre todo, a trabajar juntos para lograrlo.

Pero entonces, un sonido familiar llenó la habitación: “¡Sssshhh!” Era el viento. Las cartas sabían que su aventura mágica había llegado a su fin. Su vida como cartas normales regresaría, pero algo dentro de ellas había cambiado para siempre.

“Hoy ha sido el mejor juego de todos,” dijo el rey de corazones. “Hemos aprendido que, cuando creemos en nosotros mismos y en los demás, podemos hacer cosas increíbles.”

Y así, la baraja de naipes volvió a su lugar, pero en el corazón de cada carta, quedaba algo de magia. Porque la magia de un juego no sólo está en las reglas, sino en las ganas de soñar y de creer.

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