El Gallo Curioso y el Viento Travieso

Un día soleado en la granja, el gallo Crispín, famoso por su canto de amanecer, se paseaba inquieto por el corral. Sus plumas doradas brillaban bajo el sol, pero algo lo tenía preocupado. Desde hacía días, notaba un viento extraño que silbaba de una manera peculiar cada vez que pasaba por el establo.

—¿Por qué silbas tanto? —preguntó Crispín, estirando su largo cuello hacia el cielo, como si pudiera ver al viento. Pero el viento, travieso como siempre, solo le respondió con un suave remolino que hizo volar sus plumas.

Crispín, molesto por no obtener una respuesta clara, decidió que descubriría el secreto. «¡No puede ser tan difícil hablar con el viento!» pensó, mientras daba pequeños saltos nerviosos.

A lo lejos, la vaca Matilda lo miraba con sus grandes ojos cansados.
—¿Qué haces, Crispín? —preguntó, rumiando despreocupada.
—Estoy tratando de hablar con el viento, pero no me escucha —contestó el gallo, inflando el pecho con determinación.

Matilda rió suavemente.
—El viento es muy travieso, amigo. No se le puede atrapar ni obligar a hablar.

—¡Verás que sí! —gritó Crispín, y corrió hacia la colina, donde el viento soplaba con más fuerza.

Al llegar a la cima, Crispín abrió sus alas, tratando de atrapar el viento. Pero, cada vez que se lanzaba, el viento se escurría entre sus plumas, girando a su alrededor como si se burlara de él. “¡Viento, habla conmigo!”, gritaba el gallo, mientras saltaba y corría de un lado a otro.

De repente, una voz susurrante llegó a sus oídos.
—¿Qué haces, gallito curioso? —era el viento, por fin respondiendo. Su voz era suave, pero juguetona, como un niño que está a punto de hacer una travesura.

—¡Quiero saber por qué silbas tanto! —respondió Crispín, jadeando por el esfuerzo de correr.

—Silbo porque me gusta jugar —contestó el viento—. Y porque siempre hay algo divertido que mover, como tus plumas o las hojas de los árboles.

Crispín, frustrado, no estaba satisfecho con esa respuesta.
—¡Eso no tiene sentido! ¿No tienes algo importante que hacer, como mover las nubes o ayudar a los barcos a navegar?

El viento, que ahora giraba suavemente alrededor de Crispín, hizo una pausa.
—¿Importante? —se rió—. A veces, lo más importante es disfrutar y jugar. No todo tiene que tener un gran propósito.

El gallo, acostumbrado a tener una tarea clara, como cantar al amanecer, no sabía qué pensar.
—Pero si no haces algo útil… ¿entonces qué?

—Yo hago útil la vida de otros con mi juego —respondió el viento—. Sin mí, los niños no harían volar sus cometas, los árboles no susurrarían sus historias, y tú no sentirías esa brisa fresca en un día caluroso.

Crispín se quedó pensativo. Nunca había visto el mundo de esa manera. Quizás el viento no tenía un trabajo tan claro como él, pero hacía que la vida en la granja fuera más alegre y ligera.

—Bueno… supongo que tiene sentido —dijo Crispín, rascando el suelo con su pata—. Aunque yo prefiero algo más concreto, como despertar a los demás.

El viento rió otra vez, esta vez en un susurro más cercano.
—Cada quien tiene su papel, gallito. Tú despiertas el día, y yo lo hago más divertido.

Desde ese día, Crispín dejó de preocuparse por el silbido del viento. En lugar de tratar de entenderlo, simplemente se dedicaba a disfrutarlo. Cada vez que el viento hacía volar sus plumas, en lugar de molestarse, daba un pequeño salto y sacudía sus alas, jugando junto a él.

Y aunque nunca dejó de cantar al amanecer, también aprendió que, de vez en cuando, un poco de diversión sin razón era justo lo que necesitaba.

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