Marcos siempre había soñado con ser un superhéroe. No uno con capa y antifaz, sino uno que pudiera hacer el bien con solo existir. Pero había un problema: no tenía superpoderes.
Hasta que un día, algo extraño sucedió.
—¡Tú puedes hacerlo, Lucio! —le dijo a su hermano pequeño cuando intentaba aprender a andar en bicicleta.
Justo en ese momento, sintió un leve temblor en el pecho y, de alguna forma, supo que sus palabras no solo habían ayudado a Lucio. En algún lugar del mundo, alguien más había recibido ese mismo aliento.
Al principio pensó que era una coincidencia. Pero al día siguiente, cuando vio a su amigo Nico triste por no haber sido elegido para el equipo de fútbol, le dijo con una sonrisa:
—Eres un gran jugador. ¡No te rindas!
Otra vez sintió ese temblor. Fue como si sus palabras se multiplicaran y viajaran lejos, muy lejos.
Esa noche, mientras se preparaba para dormir, escuchó un susurro en su habitación.
—Marcos… —llamó una voz suave.
Él se sentó en la cama, con los ojos bien abiertos. En su ventana, vio una figura luminosa, pequeña y brillante como una estrella.
—¿Quién eres? —preguntó con el corazón latiendo fuerte.
—Soy el Eco —respondió la figura con una sonrisa—. Cada vez que dices algo bueno, tus palabras viajan y ayudan a alguien más en el mundo.
Marcos parpadeó sorprendido.
—¿De verdad?
El Eco asintió.
—Hoy, cuando animaste a Nico, un niño en otro país decidió intentarlo una vez más en su equipo de fútbol. Y cuando ayudaste a Lucio, una niña al otro lado del mundo se atrevió a montar su bicicleta por primera vez.
Marcos sintió un calorcito en el pecho.
—¿Entonces eso significa que…?
—Sí —dijo el Eco, acercándose—. Tienes un superpoder.
Desde ese día, Marcos empezó a usar su poder con intención. Se dedicó a animar a todos a su alrededor, sabiendo que sus palabras llegaban más lejos de lo que imaginaba.
—¡Eres increíble! —le decía a su abuela cuando preparaba su sopa especial.
—¡Tienes una gran imaginación! —le decía a su amigo Hugo, que amaba dibujar.
Cada vez que hablaba con cariño y apoyo, sentía el eco en su pecho y sonreía.
Un día, mientras caminaba por el parque, vio a una niña sentada sola en un banco. Sus hombros estaban caídos y miraba el suelo con tristeza. Marcos se acercó y, con una voz suave, dijo:
—No sé qué te pasa, pero quiero que sepas que vales mucho.
La niña lo miró con sorpresa y, poco a poco, sonrió.
Esa noche, el Eco apareció otra vez.
—Hoy ayudaste a alguien de una forma especial —dijo con brillo en los ojos—. Esa niña se sentía invisible, pero tus palabras le recordaron que importa.
Marcos sintió una felicidad que nunca antes había sentido.
—¿Y el eco?
—Viajó lejos, hasta un niño que pensaba que nadie lo veía. Ahora se siente acompañado.
Marcos supo que nunca dejaría de usar su poder.
Tal vez no tenía fuerza sobrehumana ni podía volar, pero sus palabras podían cambiar el mundo. Y eso era suficiente para ser un héroe.
Peques:
¿Qué os pareció el superpoder de Marcos?
¿Qué palabras de aliento podríais decirle hoy a alguien que lo necesite?.
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