¡El día que Noel descansó!

¡Plop! Una bola roja cayó al suelo, rebotando entre los pies de un elfo. «¡Cuidado!» gritó Flit, el ayudante más travieso de la fábrica de Papá Noel, mientras esquivaba un montón de cajas de juguetes que volaban por el aire.

Era un día muy diferente en el Polo Norte. ¿Por qué? Porque Papá Noel había decidido tomarse el día libre. «¡Necesito un descanso!», dijo esa mañana mientras se ponía un gorro de lana azul en lugar de su habitual rojo. «Hoy no seré Papá Noel. Hoy seré… ¡Noel a secas!».

«Pero… ¿quién supervisará los regalos?» preguntó Flit con los ojos muy abiertos.

Papá Noel rió con ganas. «Confío en ustedes, pequeños. ¡Ustedes pueden manejarlo!» Y con eso, se subió a un trineo más pequeño (y sin renos mágicos) para ir a pescar en un lago cercano.

Al principio, los elfos estaban emocionados. «¡Sin Papá Noel, podemos trabajar a nuestra manera!» dijo Flit, saltando sobre una montaña de papel de regalo. Pero pronto, las cosas empezaron a descontrolarse.

Primero, Spark, el encargado de los caramelos, derramó un balde entero de jarabe pegajoso sobre las cintas transportadoras. «¡Oh no! ¡Ahora todos los juguetes están pegajosos!»

Después, Tilda, quien empacaba los regalos, confundió las etiquetas. «¡Oh, oh! Ahora el tren de madera va para un niño que pidió una bicicleta… ¡y la bicicleta va para un niño que quería un oso de peluche!»

Y por si fuera poco, el muñeco de nieve que vigilaba la puerta comenzó a derretirse porque alguien había olvidado cerrar la ventana mágica.

«¡Esto es un desastre!», gritó Flit mientras trataba de desenredarse de una cinta brillante que lo había atrapado como una telaraña. «Tenemos que arreglar esto antes de que Papá Noel vuelva y vea todo este lío».

Los elfos se miraron unos a otros y comenzaron a idear un plan. Primero, limpiaron el jarabe pegajoso con una gran mopa mágica que podía absorber cualquier líquido. Luego, buscaron en una lista especial los regalos que se habían mezclado y los reetiquetaron correctamente.

«¡Pero el muñeco de nieve sigue derritiéndose!» gritó Tilda.

«¡Usaremos polvo de invierno!» exclamó Flit, recordando una bolsa mágica que Papá Noel siempre guardaba. Espolvorearon el polvo sobre el muñeco de nieve y, ¡puf!, volvió a estar fresco y esponjoso.

Cuando todo estuvo listo, los elfos se sentaron, agotados pero contentos. «Lo logramos», suspiró Flit.

En ese momento, la puerta de la fábrica se abrió y entró Papá Noel. Llevaba una gran trucha en la mano y una sonrisa en el rostro. «¡Vaya, qué día tan maravilloso! ¿Cómo les fue aquí?»

Los elfos se miraron nerviosos. Pero antes de que pudieran responder, Papá Noel vio la fábrica reluciente y los juguetes perfectamente ordenados.

«¡Increíble trabajo, equipo!» dijo con orgullo. «Sabía que podía confiar en ustedes».

Flit y los demás elfos rieron, aliviados. Habían aprendido que, aunque trabajar juntos podía ser complicado, con esfuerzo y un poco de imaginación, podían superar cualquier reto.

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