—¡Rápido, necesitamos más pegamento! —gritó Rolo desde la cocina, mientras sus manos estaban cubiertas de purpurina y pedazos de cartón.
Lola, su hermana menor, apareció corriendo con un bote de pegamento en una mano y un sombrero ridículamente grande en la otra.
—¡Aquí está! Pero no entiendo por qué hacemos todo esto —dijo, lanzando una mirada escéptica al sombrero multicolor que Rolo estaba decorando frenéticamente.
—¡Es para la Gran Fiesta del Sombrero de Tío Paco! —respondió Rolo, como si esa explicación lo aclarara todo. Luego añadió con una sonrisa traviesa—. ¿No recuerdas? ¡Tío Paco tiene premios! Y yo pienso ganar el primero.
La Fiesta del Sombrero de Tío Paco era un evento anual donde todos los familiares tenían que diseñar el sombrero más extravagante que pudieran imaginar. Tío Paco, famoso por sus bromas y concursos absurdos, siempre elegía el sombrero más raro y le daba al ganador una medalla de “Campeón del Ridículo”.
Lola lo miró con las cejas arqueadas.
—Rolo, tu sombrero parece un… ¿pastel? ¿De arco iris?
—Exactamente —dijo Rolo con orgullo—. ¡Es un pastel arco iris con globos de chicle! ¿No es una obra maestra?
Lola suspiró. Sabía que su hermano tenía las mejores intenciones, pero también era famoso por convertir sus ideas en un caos monumental. Como aquella vez que intentó hacer una bicicleta con ruedas cuadradas «porque nadie lo había hecho antes». El resultado fue, obviamente, un desastre.
Unos minutos después, la puerta se abrió de golpe. Era Tío Paco, vestido con un traje hecho de bolsas de supermercado y un sombrero que parecía una piña gigante.
—¡Listos para la fiesta! —anunció con su risa característica—. Espero que estén preparados para una competencia feroz.
Rolo, con una sonrisa confiada, se ajustó su «pastel arco iris». Lola, por su parte, había decidido no participar, pero su curiosidad la mantenía cerca.
La casa de Tío Paco ya estaba llena de gente cuando llegaron. Había sombreros de todo tipo: uno hecho completamente de plátanos, otro que parecía un pez gigante, y uno que emitía burbujas constantemente. Pero cuando Rolo entró con su sombrero arco iris, todas las miradas se giraron hacia él.
—¡Eso es… impresionante! —dijo alguien, aunque no estaba claro si lo decía en serio o con una mezcla de sorpresa y confusión.
Tío Paco, al verlo, soltó una carcajada.
—¡Rolo, me has dejado sin palabras! Un pastel de arco iris… ¡y globos de chicle! Es lo más absurdo que he visto en años.
Rolo hinchó el pecho de orgullo, pero entonces ocurrió lo inesperado. El pegamento, que había sido aplicado en cantidades industriales, comenzó a derretirse con el calor del salón. Sin previo aviso, los globos de chicle empezaron a despegarse, flotando lentamente hacia el techo. Uno a uno, los globos se fueron yendo, y el sombrero, que antes era vibrante, comenzó a desmoronarse en pedazos.
—¡Oh no! —gritó Rolo, tratando de atrapar los globos que se escapaban.
Pero no terminó ahí. Uno de los globos rozó el candelabro, causando una pequeña explosión de chicles pegajosos por todo el salón. Los invitados comenzaron a reír a carcajadas mientras intentaban quitarse los pegotes de chicle del cabello y la ropa.
—Bueno, esto es nuevo —dijo Tío Paco, limpiándose el chicle de la nariz—. ¡La fiesta del sombrero ahora tiene confeti… de chicle!
Rolo, rojo de vergüenza, trataba de no hacer contacto visual con nadie. Pero entonces, algo increíble sucedió. Tío Paco se acercó a él, sacudiendo su cabeza piña y riendo más fuerte que nunca.
—¡Rolo, has traído algo único a la fiesta! ¡Diversión explosiva! —exclamó, y le puso una medalla dorada que decía: “Inventor del Desastre Más Divertido”.
Lola no pudo evitar reírse también.
—Bueno, hermano, al menos ganaste un premio… aunque no creo que fuera lo que tenías en mente.
Rolo, ya más relajado, se encogió de hombros y sonrió.
—Quizás mi próximo sombrero sea menos… explosivo.
Pero por dentro, sabía que no habría otro como el de su pastel arco iris con globos de chicle.