El club de los Inventores Nocturnos

—¡Crac! ¡Bum!— un trueno iluminó el cielo oscuro mientras Leo se asomaba por la ventana de su habitación. “Otra tormenta más”, pensó, mirando el faro al final del vecindario. Desde hacía semanas, la luz del faro no funcionaba, y los barcos evitaban pasar por allí, dejando al pueblo sin suministros importantes.

—¿Qué hacemos, Leo?— preguntó Ana, su mejor amiga, mientras revisaba un plano lleno de garabatos.

—Arreglamos el faro, claro. Pero no será fácil— respondió Leo, ajustándose las gafas.

Leo, Ana y Martín formaban el Club de los Inventores Nocturnos, un grupo secreto que se reunía en el garaje de Leo cuando todos dormían. Su misión: resolver problemas. Esa noche, tenían un plan.

—Si conectamos el generador de energía que construimos la semana pasada, podríamos encender la luz del faro— explicó Martín, mostrando un pequeño motor hecho con piezas recicladas.

—¡Pero necesitamos algo más brillante que una bombilla!— exclamó Ana.

Leo sacó un cristal que había encontrado en la playa. Brillaba débilmente bajo la luz de su linterna. —Este cristal podría amplificar la luz. Si lo colocamos en el faro, tal vez funcione.

Con todo listo, el equipo se puso manos a la obra. Llenaron una mochila con herramientas, el generador, y el cristal. Vestidos con capas impermeables, caminaron bajo la lluvia hacia el faro.

Al llegar, el lugar estaba oscuro y lleno de telarañas. —Da un poco de miedo— dijo Ana, abrazando su linterna.

—¡Vamos!— animó Martín, mientras empujaba la pesada puerta de madera.

Dentro, encontraron una escalera oxidada que crujía con cada paso. Subieron hasta la cima, donde estaba el foco del faro. El viento soplaba fuerte, haciendo silbar las rendijas.

—¡Rápido! Antes de que la tormenta empeore— dijo Leo, mientras conectaba el generador. Ana colocó el cristal en el centro del foco, y Martín ajustó los cables.

—¡Listo!— anunció Martín.

Leo presionó un botón, y el generador comenzó a zumbar. Al principio, no pasó nada. Pero luego, el cristal empezó a brillar, cada vez más fuerte, hasta que una luz intensa iluminó todo el vecindario.

—¡Funcionó!— gritaron los tres al unísono.

Desde la cima del faro, vieron cómo un barco que estaba perdido en el mar giraba hacia el puerto, guiado por la luz.

—¡Lo logramos!— dijo Ana, abrazando a sus amigos.

De regreso al garaje, mojados pero felices, los tres amigos celebraron con chocolate caliente. —Somos un gran equipo— dijo Leo.

—¿Qué inventaremos la próxima vez?— preguntó Martín, sonriendo.

—Algo igual de increíble— respondió Ana, mirando el cristal que seguía brillando débilmente.

Peques: 

¿Os gustaría formar parte de un club como el de Leo, Ana y Martín? ¿Qué fue lo que más os gustó de su aventura?

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