El bosque que hablaba

Un día, mientras paseaba por el bosque, Pablo escuchó algo extraño. ¡Algo que no podía ser! “¿Quién está ahí?” preguntó en voz alta, mirando a su alrededor. El viento soplaba suavemente, haciendo que las hojas crujieran, pero no vio a nadie.

“Soy yo, el Bosque”, respondió una voz profunda y susurrante, como si viniera de todas partes a la vez.

Pablo dio un paso atrás, con los ojos muy abiertos. “¿El Bosque? ¡¿Estás hablando?!”

“Sí, claro que hablo”, contestó la voz. “He estado aquí mucho tiempo, pero rara vez alguien me escucha. Tú, Pablo, eres el primero en hacerlo.”

Pablo no podía creer lo que estaba oyendo. El Bosque, ese lugar que siempre había considerado solo un conjunto de árboles y plantas, ¡estaba hablando con él! “¿Por qué hablas conmigo?”

“Porque veo que tienes un corazón lleno de curiosidad”, dijo el Bosque, susurrando mientras las ramas se movían suavemente. “Y porque el Bosque necesita ayuda.”

Pablo se sentó en el suelo, mirando las hojas caer lentamente de los árboles. “¿Qué necesitas?”.

El Bosque suspiró. “He sido olvidado por muchas personas. Han traído plástico, han talado mis árboles y han dejado basura en mis rincones. El aire ya no es tan limpio, el agua se ensucia, y mis animales se sienten tristes. Necesito que me ayudes, Pablo. Necesito que me escuches.”

Pablo se quedó en silencio, pensando en las palabras del Bosque. “Pero, ¿cómo puedo ayudarte? Soy solo un niño.”

“Tu ayuda es más grande de lo que crees”, respondió el Bosque. “Cada acción cuenta, y tú puedes empezar por pequeñas cosas. No dejes que la basura se quede en el suelo. Recoge lo que encuentres. Planta más árboles. No uses plástico. Si haces esto, poco a poco las cosas cambiarán.”

Pablo asintió, aunque no estaba del todo seguro de cómo empezar. Pero algo en su corazón le decía que debía intentarlo.

Al día siguiente, Pablo regresó al Bosque con una mochila. En su interior llevaba una pequeña pala y algunas semillas. Decidió que, aunque fuera pequeño, podía plantar algo para ayudar a que el Bosque volviera a ser fuerte.

Mientras caminaba por el Bosque, encontró una botella de plástico tirada junto a un árbol. Recordó las palabras del Bosque y rápidamente la recogió. Luego, vio más basura en el camino: bolsas, envoltorios, latas. Sin pensarlo, las fue recogiendo una por una.

Cada vez que recogía algo, el Bosque parecía susurrar agradecido. “Gracias, Pablo. Eso me hace sentir mejor.”

Pablo no podía dejar de sonreír. Aunque parecía que no hacía mucho, sentía que estaba haciendo lo correcto. Cuando llegó a un claro, plantó las semillas con mucho cuidado, sabiendo que algún día crecerían y ayudarían a que el Bosque estuviera más fuerte.

Durante las semanas siguientes, Pablo continuó visitando el Bosque. Llevaba siempre una mochila con bolsas para la basura y más semillas. Se convirtió en un defensor del Bosque, asegurándose de que todos los que pasaran por allí también recogieran lo que dejaban atrás. Les hablaba sobre el Bosque que hablaba, y muchos de sus amigos comenzaron a unirse a él.

Con el tiempo, el Bosque empezó a verse más limpio. Los árboles crecían con más fuerza, las flores florecían en colores brillantes, y los animales regresaron a sus hogares. El aire ya no estaba tan sucio, y el agua de los ríos brillaba de nuevo.

Una tarde, después de un largo día de trabajo en el Bosque, Pablo escuchó una vez más la voz profunda y susurrante.

“Lo has logrado, Pablo. Has salvado el Bosque. Gracias a ti y a tus amigos, ahora puedo seguir creciendo. El mundo está mejor porque lo cuidaste.”

Pablo se sentó en una roca, mirando el Bosque lleno de vida. “No soy un héroe. Solo hice lo que era correcto.”

“Y eso es lo más grande que alguien puede hacer”, dijo el Bosque, con una sonrisa en su voz.

Pablo entendió que, aunque era sólo un niño, tenía el poder de cambiar las cosas. Y que, si todos ayudaban, el Bosque y el mundo serían un lugar mejor para todos.

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