En medio del desierto del norte de México, donde el sol brilla fuerte y los cactus parecen soldados dormidos, vivía una tortuga muy viejita y sabia llamada Doña Chelita.
Caminaba lento, pero siempre tenía tiempo para escuchar, ayudar y contar cuentos a quien la necesitara.
No muy lejos, en una colina polvorienta, crecía un nopal muy gruñón llamado Amarguito. Tenía espinas grandes, brazos torcidos, y nunca sonreía.
Cada vez que un animal pasaba cerca, él gritaba:
—“¡Fuera! ¡No quiero compañía! ¡Mis espinas no son para abrazar!”
Los animalitos del desierto le tenían miedo… excepto Doña Chelita.
Un día, ella se acercó y le dijo con calma:
—“Buenos días, Amarguito. ¿Te gustaría oír un cuento?”
El nopal respondió gruñón:
—“¡No me interesan tus cuentos! ¡Déjame solo!”
Pero Doña Chelita volvió al día siguiente… y al siguiente… siempre con una sonrisa.
Pasó el tiempo, y un día, una gran tormenta de arena llegó al desierto. Todos los animalitos corrieron a esconderse.
Doña Chelita, con sus patitas lentas, no podía llegar a su cueva.
Cuando el viento la empujó con fuerza, ¡Amarguito inclinó una de sus ramas espinosas para cubrirla! La protegió como pudo.
Al día siguiente, con el sol de vuelta, Doña Chelita abrió los ojos y sonrió:
—“Gracias, Amarguito.”
El nopal, por primera vez, no gruñó.
—“No sé qué me pasó… creo que me sentí… bien.”
Desde ese día, los demás animalitos se acercaron. Descubrieron que, aunque tenía espinas, Amarguito también tenía corazón.
Y así, el cactus más gruñón del desierto encontró algo que nunca había imaginado: una amiga de verdad.
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 Pregunta para ti, peque:
 Pregunta para ti, peque:
¿Has conocido a alguien que parecía gruñón, pero resultó tener buen corazón?






