—¿Por qué huele todo a galletas? —preguntó Bruno, rascándose la cabeza mientras miraba alrededor de la cocina. El olor dulce y delicioso invadía la casa, pero no había nadie horneando.
Lina, su hermana mayor, se asomó por la puerta del salón, curiosa.
—¿Otra vez estás inventando algo raro? —dijo, sospechando de Bruno y sus constantes experimentos. El último había sido una «máquina de helados caseros» que inundó la cocina de nata.
—¡Yo no hice nada esta vez! —respondió Bruno indignado, aunque su tono dejaba entrever un poquito de culpa.
Fue entonces cuando ambos notaron que algo extraño ocurría con el horno. La pequeña luz roja que indicaba que estaba apagado ahora parpadeaba en tonos verdes y azules. Sin pensarlo mucho, Bruno se acercó y abrió la puerta del horno. De repente, una nube de chispas y luces salió disparada, y del horno surgió… ¡un perro!
No era un perro común y corriente. Era de color violeta, con orejas largas y un pequeño delantal que decía “Chef Supremo”. El perro bostezó, se estiró y dijo con la voz más tranquila del mundo:
—Hola, soy Bonzo, el Perro del Horno Mágico. ¿Les apetece unas galletas recién horneadas?
Lina soltó un grito y Bruno se quedó boquiabierto, incapaz de procesar lo que acababa de ocurrir.
—¿Eh… tú… hablas? —fue lo único que logró balbucear.
—Pues claro —dijo Bonzo, sacudiéndose las orejas como si fuera lo más normal del mundo—. Soy un perro mágico, no sólo horneo galletas, también hago pizzas voladoras y pasteles que cuentan chistes. Pero hoy me siento más galletero. ¿Chispas de chocolate o de arcoíris?
Lina, siempre la más sensata de los dos, recuperó el habla primero.
—Espera, espera… ¿dices que puedes hacer cualquier cosa de comida?
—¡Exactamente! —Bonzo sonrió mostrando una fila de dientes brillantes—. Sólo digan lo que quieren y el Horno Mágico lo creará. ¡A cambio de una pequeña propina, claro!
Bruno, aún incrédulo, se rascó la barbilla.
—¿Propina? ¿Qué tipo de propina?
—Oh, nada complicado —Bonzo se relamió—. Una caminata al parque cada tarde y una sesión de caricias por la noche. ¡Es un trato justo, ¿no?!
Lina se cruzó de brazos, pensativa.
—Suena muy fácil, pero… ¿cómo sabemos que no estás tramando algo raro?
—¿Yo? —Bonzo fingió estar ofendido—. Soy un perro, no un villano. Y tampoco tengo bolsillos donde esconder planes malvados, ¿verdad?
Bruno, por fin recuperado del impacto inicial, sonrió con entusiasmo.
—¡Esto es increíble! ¡Podemos tener pizza para desayunar, almorzar y cenar!
Bonzo meneó la cola, emocionado por la idea.
—¿Pizza con helado de fresa encima?
—¡Sí! ¡Y con palomitas! —añadió Bruno.
Lina puso los ojos en blanco.
—Esto va a ser un caos.
A lo largo de la semana, el horno mágico de Bonzo se convirtió en el centro de la casa. Las galletas de chispas de arcoíris eran las favoritas, y las pizzas voladoras resultaban ser un éxito… aunque a veces terminaban estampadas contra las ventanas. Sin embargo, poco a poco, las cosas comenzaron a descontrolarse.
Una tarde, mientras Bruno intentaba hornear su quinta pizza del día, el horno comenzó a temblar. Bonzo, que estaba acostado en la alfombra del salón, levantó una oreja con preocupación.
—Creo que el Horno Mágico se está sobrecargando… Demasiadas órdenes en poco tiempo.
Justo cuando lo dijo, una explosión de harina y queso inundó la cocina, cubriendo a Lina, Bruno y al perro en una nube blanca.
—¡Oh, no! —gritó Lina mientras intentaba sacudirse la masa de las cejas—. Sabía que algo como esto pasaría.
Bonzo se levantó con aire solemne.
—Parece que mi tiempo aquí ha terminado. El Horno Mágico sólo puede funcionar si se usa con moderación, chicos. La gula no es buena para nadie, ni siquiera para un perro chef.
Bruno, con una bola de masa en la cabeza, suspiró.
—¿Eso significa que te vas?
—Sólo por un tiempo —dijo Bonzo con una sonrisa triste—. Pero recuerden, la cocina es divertida, pero no se trata sólo de comer lo que quieras. A veces, la mejor receta es la paciencia. Y un buen paseo en el parque tampoco está mal.
Con un último destello de chispas, el Horno Mágico volvió a ser normal. Bonzo desapareció, dejando sólo el aroma de galletas recién hechas en el aire. Lina y Bruno se miraron, cubiertos de harina y risas. Aunque extrañarían a Bonzo, sabían que había algo valioso en aprender a cocinar con calma y sin prisas… incluso si eso significaba no tener pizzas voladoras.
—Bueno —dijo Lina, recogiendo la harina del suelo—, al menos aprendimos algo. Y quizás podamos hacer galletas… a la manera normal.
Bruno asintió, aunque con un toque de nostalgia.
—Pero nada será tan divertido como tener un perro chef que haga pizza de arcoíris.
Los dos hermanos rieron, y aunque el Horno Mágico ya no era mágico, la aventura había sido inolvidable.
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