¿Quién Encendió la Nube?

El día empezó como cualquier otro en el pequeño pueblo de Ventanilla, con el sol brillando en lo alto y las nubes blancas paseando tranquilamente por el cielo. Pero, justo cuando los niños del lugar salieron a jugar, algo extraordinario sucedió: una de las nubes comenzó a brillar como si hubiera encendido una luz en su interior.

«¡Mira eso!», exclamó Sara, una niña de ojos grandes y curiosos, señalando al cielo. «Esa nube… ¡está encendida!»

Los niños se detuvieron, boquiabiertos, observando cómo la nube centelleante cambiaba de colores: primero azul, luego verde y finalmente un resplandeciente dorado. Nadie en el pueblo había visto algo así. Sin pensarlo dos veces, Sara decidió que tenía que descubrir qué estaba pasando. Agarró su pequeña mochila y corrió hacia el prado donde las nubes parecían estar más cerca del suelo.

«¡Espera!», gritó su amigo Leo, que siempre la acompañaba en sus aventuras. Era un chico tímido, pero no podía dejar que Sara se fuera sola.

Cuando llegaron al prado, se dieron cuenta de que la nube brillante no estaba tan lejos como parecía. De hecho, parecía flotar justo sobre el viejo roble que todos conocían. «¿Cómo vamos a llegar hasta allá?», preguntó Leo con preocupación. Pero Sara ya estaba subiendo por las ramas del roble.

A medida que subían, la nube comenzó a bajar, como si estuviera esperando a que llegaran. Cuando los niños finalmente alcanzaron la rama más alta, la nube se detuvo justo a su lado, brillante y suave como el algodón.

Sara estiró la mano y, para su sorpresa, pudo tocarla. «Es cálida», dijo en voz baja, «como si estuviera viva». De repente, una voz suave y melodiosa salió de la nube.

«Gracias por venir», dijo la nube. «Me llamo Cirra, y estoy en problemas».

Los ojos de Sara y Leo se abrieron de par en par. ¡La nube podía hablar!

«¿Cómo puedes hablar?», preguntó Leo, nervioso pero intrigado.

Cirra suspiró, y su brillo disminuyó un poco. «No soy una nube común. Vengo del Reino de los Cielos Brillantes, un lugar donde las nubes son guardianes de la luz que ilumina el mundo. Pero alguien ha robado la estrella que guardaba mi brillo, y ahora estoy perdiendo mi luz poco a poco. Si no la recupero pronto, desapareceré por completo».

«¡Eso no puede pasar!», exclamó Sara con determinación. «Vamos a ayudarte a encontrar tu estrella».

Cirra titubeó por un momento. «El ladrón es una nube oscura llamada Sombra, vive en la Montaña de las Sombras, donde nunca brilla el sol. Nadie ha podido recuperarle algo».

Leo tragó saliva. «¿Sombra? ¿Y si nos atrapa?»

«Si tenemos cuidado, no lo hará», respondió Sara con seguridad. «Cirra, llévanos a la Montaña de las Sombras. Vamos a traer de vuelta tu luz».

Con un suave soplo de viento, Cirra se elevó y llevó a los niños sobre su esponjosa superficie hacia la Montaña de las Sombras. A medida que se acercaban, el cielo se oscureció y todo parecía volverse más frío. Las nubes aquí no eran suaves ni brillantes, sino densas y negras, y susurraban cosas que les ponían los pelos de punta.

«Ahí es», dijo Cirra en un susurro. «La cueva de Sombra está justo en la cima».

Los niños bajaron de la nube con cuidado y comenzaron a escalar la montaña. El aire se sentía pesado y, a cada paso, la oscuridad parecía rodearlos más. Finalmente, llegaron a la entrada de la cueva, donde una sombra gigantesca bloqueaba el camino.

«¿Qué hacen aquí?», gruñó Sombra, su voz retumbando como el trueno. «Esta es mi estrella ahora, no la devolveré».

Sara, sin retroceder, dio un paso adelante. «Esa estrella no te pertenece. Cirra la necesita para brillar, para iluminar el mundo. Si te quedas con ella, todo se volverá oscuro».

Sombra soltó una risa profunda. «¿Y qué? En la oscuridad, yo soy más fuerte».

Leo, que había permanecido callado hasta entonces, se armó de valor y habló. «¿Y qué harás con todo ese poder, Sombra? ¿Vas a quedarte solo en esta montaña oscura, sin nadie con quien compartir tu triunfo? La luz no solo ilumina el mundo, también une a las personas».

Por un momento, Sombra se quedó en silencio. La oscuridad alrededor de los niños pareció disminuir un poco. «¿Compartir?», murmuró, como si nunca hubiera pensado en esa posibilidad.

«Sí», continuó Leo. «Si devuelves la estrella, podrías venir al pueblo con nosotros. No tienes que quedarte solo en la oscuridad».

Sombra miró a los niños con ojos que relucían débilmente en la penumbra. Después de un largo silencio, la sombra suspiró y, de sus negras manos, sacó una pequeña estrella que brillaba con una luz cálida y suave. «Tal vez… no esté hecho para la soledad», dijo lentamente. «Toma la estrella. No sé cómo usarla, de todas formas».

Sara tomó la estrella con cuidado y sonrió. «Gracias, Sombra. Si alguna vez te sientes solo, siempre puedes visitarnos».

Con la estrella en sus manos, los niños y Cirra volvieron al pueblo. La nube volvió a brillar con todo su esplendor, iluminando el cielo con colores que ningún habitante de Ventanilla había visto jamás. Y tal como había prometido Leo, un día, Sombra descendió de la Montaña de las Sombras, no como un ladrón, sino como un nuevo amigo.

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