La fruta prohibida

Había una vez, en un reino muy lejano, un lugar mágico llamado Frutilandia. En este reino, todas las frutas eran deliciosas y estaban llenas de poderes mágicos. Los manzanos daban manzanas que te hacían volar, las peras te volvían invisible y las uvas te daban la fuerza de diez caballos.

En el centro de Frutilandia, había un gran árbol dorado conocido como el Árbol de la Vida. Este árbol era especial porque sus frutos eran mágicos y podían conceder cualquier deseo. Sin embargo, había una única regla: nadie, absolutamente nadie, debía comer la Fruta Prohibida que crecía en la rama más alta del árbol.

Un día, una pequeña niña llamada Clara, quien era muy curiosa y aventurera, decidió explorar más allá de los límites de su hogar. Clara vivía en una casita de madera con su abuela, quien siempre le contaba historias sobre las maravillas de Frutilandia y le advertía sobre la Fruta Prohibida.

“Recuerda, Clara,” le decía su abuela, “la Fruta Prohibida puede parecer tentadora, pero sus consecuencias son impredecibles.”

Sin embargo, como cualquier niña curiosa, Clara no podía evitar preguntarse qué tan peligrosa podía ser realmente esa fruta. Un día, Clara decidió emprender una aventura hacia el Árbol de la Vida. Con su mochila llena de provisiones y su fiel amigo, un conejo blanco llamado Tobby, Clara se internó en el bosque mágico.

El camino estaba lleno de aventuras. Clara y Tobby encontraron ríos de jugo de naranja, prados de flores de melón y montañas de fresas gigantes. Pero a medida que se acercaban al centro de Frutilandia, Clara no podía dejar de pensar en la Fruta Prohibida.

Finalmente, llegaron al Árbol de la Vida. Era mucho más grande y brillante de lo que Clara había imaginado. Sus ramas doradas resplandecían bajo el sol, y sus hojas emitían un suave resplandor verde. En lo alto del árbol, Clara vio la Fruta Prohibida. Era una fruta de colores cambiantes, brillando con todos los tonos del arcoíris.

«Debemos recordar la advertencia de tu abuela,» dijo Tobby, nervioso. Pero Clara, fascinada por la fruta, no pudo resistirse.

«Solo una mirada más de cerca,» murmuró Clara, comenzando a escalar el árbol.

Subió y subió, con Tobby siguiéndola de cerca. Cuando finalmente llegó a la rama más alta, Clara se quedó maravillada al ver la Fruta Prohibida de cerca. Era aún más hermosa de lo que había imaginado. Sin pensarlo más, Clara alargó la mano y la tomó.

«¡Clara, no!» gritó Tobby, pero ya era demasiado tarde. Clara dio un mordisco a la Fruta Prohibida.

De repente, el cielo se oscureció y el árbol comenzó a temblar. Un viento fuerte sopló a través del bosque y las hojas del árbol comenzaron a caer. Clara sintió un extraño hormigueo por todo su cuerpo. Aterrorizada, se dio cuenta de que estaba encogiendo. ¡Se estaba volviendo tan pequeña como Tobby!

«¡Oh no! ¿Qué hemos hecho?» exclamó Clara, ahora del tamaño de una muñeca.

En medio del caos, apareció una figura sabia y majestuosa: el Gran Guardián del Árbol de la Vida. Era un anciano con barba larga y ojos brillantes que reflejaban la sabiduría de los siglos.

«Clara,» dijo el Gran Guardián con voz profunda pero amable, «has desobedecido la única regla de Frutilandia. La Fruta Prohibida concede deseos, pero también tiene un precio. Ahora debes aprender la lección de humildad y paciencia.»

Clara, arrepentida, suplicó: «Lo siento mucho, Gran Guardián. No debí haber comido la Fruta Prohibida. Por favor, ayúdame a regresar a mi tamaño normal.»

El Gran Guardián la miró con comprensión. «Hay una manera,» dijo. «Debes realizar tres actos de bondad sin esperar nada a cambio. Solo entonces, el hechizo se romperá.»

Clara y Tobby se pusieron en marcha. Primero, ayudaron a un grupo de ardillas a recolectar nueces para el invierno. Luego, guiaron a un pájaro herido de vuelta a su nido. Finalmente, compartieron su comida con un zorro hambriento.

Con cada acto de bondad, Clara sintió que algo dentro de ella cambiaba. Aprendió la importancia de ayudar a los demás y de pensar antes de actuar. Al completar el tercer acto de bondad, Clara comenzó a crecer de nuevo, volviendo a su tamaño normal.

El Gran Guardián apareció una vez más. «Has aprendido la lección, Clara. La verdadera magia está en el corazón bondadoso y en la sabiduría de nuestras acciones.»

Clara y Tobby regresaron a casa, donde la abuela los esperaba con una sonrisa. Clara nunca volvió a desobedecer las advertencias de su abuela y vivió muchas más aventuras en Frutilandia, siempre recordando la lección de la Fruta Prohibida.

Y así, en Frutilandia, todos vivieron felices, sabiendo que la verdadera magia estaba en compartir y cuidar unos de otros.

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