En la sabana dorada, donde el sol acaricia la tierra, vivía un león llamado Ruko. Era el rey de todos los animales y, como rey, tenía la responsabilidad de resolver los problemas de su reino.
Un día, la pequeña tortuga Tina llegó al claro donde Ruko descansaba bajo una acacia.
—Majestad —dijo Tina con su vocecita tranquila—, necesito tu ayuda. La cebra Zira ha tomado mi cueva para guardar sus frutas, y ahora yo no tengo dónde dormir.
El león bostezó, se desperezó y rugió suavemente.
—¿Y por qué Zira haría algo así? —preguntó, curioso.
—Porque dice que soy pequeña y me puedo quedar en cualquier rincón —respondió Tina, bajando la cabeza—. Pero esa cueva la encontré yo hace mucho tiempo, y allí duermo cada noche.
Ruko asintió y mandó llamar a Zira.
Cuando la cebra llegó, trotando con elegancia y las alforjas llenas de mangos, frunció el ceño.
—Esa cueva es muy buena para guardar frutas. Yo la necesito más que ella —dijo—. Además, Tina es tan chiquita que puede dormir bajo una hoja si quiere.
El león pensó durante un rato, rascándose la melena. Luego, pidió a los dos animales que lo acompañaran a ver la cueva.
Cuando llegaron, el sol ya comenzaba a esconderse y una brisa fresca corría entre los árboles. La cueva era pequeña, sí, pero cómoda, con una entrada redonda y sombra todo el día.
Ruko se sentó y dijo:
—Tina la encontró primero, y la ha usado durante meses. Pero Zira también necesita un lugar seguro para sus frutas. Lo justo sería que ambas puedan usar la cueva, ¿no?
Zira bufó.
—¡Pero es mía ahora! ¡Ya puse todas mis frutas ahí!
Tina suspiró.
—No quiero pelear. Solo quiero dormir tranquila.
Entonces, el león se levantó y miró a ambos con ojos sabios.
—La mejor solución es aquella en la que todos pueden quedar contentos —dijo—. Tina necesita un lugar para dormir y Zira un lugar para guardar. La cueva puede servir para ambas cosas… si comparten.
Zira abrió los ojos, sorprendida.
—¿Compartir?
—Durante el día, puedes guardar tus frutas —explicó el león—. Y por la noche, Tina podrá dormir tranquila. Solo hay que respetarse.
Las dos se quedaron pensando… y luego asintieron.
Desde entonces, Zira dejaba un espacio limpio en la cueva al atardecer, y Tina llegaba a dormir cada noche bajo el mismo techo donde reposaban los mangos y las papayas.
Así aprendieron que lo mejor es encontrar soluciones donde todos ganen.
𝐀𝐩ú𝐧𝐭𝐚𝐭𝐞 𝐆𝐑𝐀𝐓𝐈𝐒 𝐚 𝐧𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐚 𝐧𝐞𝐰𝐬𝐥𝐞𝐭𝐭𝐞𝐫 𝐲 𝐬é 𝐞𝐥 𝐩𝐫𝐢𝐦𝐞𝐫𝐨 𝐞𝐧 𝐩𝐫𝐨𝐛𝐚𝐫 𝐥𝐚 𝐯𝐞𝐫𝐬𝐢ó𝐧 𝐛𝐞𝐭𝐚 𝐝𝐞 𝐧𝐮𝐞𝐬𝐭𝐫𝐚 𝐚𝐩𝐩 𝐠𝐞𝐧𝐞𝐫𝐚𝐝𝐨𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐨𝐧𝐚𝐥𝐢𝐳𝐚𝐝𝐨𝐬:
𝐀𝐥 𝐬𝐮𝐬𝐜𝐫𝐢𝐛𝐢𝐫𝐭𝐞, 𝐫𝐞𝐜𝐢𝐛𝐢𝐫á𝐬 𝐥𝐚 𝐜𝐥𝐚𝐯𝐞 𝐝𝐞 𝐚𝐜𝐜𝐞𝐬𝐨 𝐚 𝐥𝐚 𝐚𝐩𝐩 𝐲 𝐮𝐧 𝐩𝐚𝐜𝐤 𝐝𝐞 𝐛𝐢𝐞𝐧𝐯𝐞𝐧𝐢𝐝𝐚 𝐜𝐨𝐧 𝐜𝐮𝐞𝐧𝐭𝐨𝐬 𝐞 𝐢𝐥𝐮𝐬𝐭𝐫𝐚𝐜𝐢𝐨𝐧𝐞𝐬 𝐮́𝐧𝐢𝐜𝐚𝐬 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐥𝐞𝐞𝐫 𝐞𝐧 𝐟𝐚𝐦𝐢𝐥𝐢𝐚.
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Peque:
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¿Y si la solución que estás buscando también hace feliz a los demás?