Había una vez una niña llamada Berta que tenía una gran curiosidad por todo. Le gustaban los libros, los bichos raros, las preguntas difíciles… pero había algo que no entendía del todo: por qué a veces se sentía tan triste sin saber por qué.
Una tarde, mientras estaba en el parque, un señor mayor se sentó a su lado. Tenía el pelo blanco como la nieve, los ojos llenos de calma y una regadera en la mano.
—Yo conozco un secreto sobre los jardines invisibles… ¿Quieres que te lo cuente? —dijo el hombre, señalando su regadera.
Berta lo miró, confundida.
—¿Qué jardines? Aquí no hay nada.
El señor sonrió.
—Claro que los hay. Pero no se ven con los ojos. Están dentro de ti. Todos tenemos uno.
Berta frunció el ceño. ¿Un jardín dentro de ella?
—¿Y cómo es ese jardín?
—Es el lugar donde crecen tus pensamientos —dijo el hombre—. Cada vez que piensas algo, bueno o malo, estás plantando una semilla. Algunas semillas crecen rápido, otras tardan más. Algunas son flores… y otras, malas hierbas.
Berta se quedó muy quieta. Pensó en el día anterior, cuando se dijo a sí misma que era una torpe porque se tropezó en clase. ¿Eso también era una semilla?
—¿Y si planté malas hierbas? —preguntó preocupada.
—Todos lo hacemos —respondió el hombre con ternura—. Lo importante es darte cuenta, arrancarlas cuando puedas, y elegir mejor la próxima vez. Los pensamientos son como plantas: cuanto más los riegas, más crecen. Si repites muchas veces que no vales, esa planta se hace enorme. Pero si te dices que puedes aprender… entonces crece una flor fuerte y bonita.
Berta se quedó pensando.
—¿Y cómo riego las flores?
—Con lo que dices, con lo que haces, y con cómo te tratas a ti misma. También con las cosas que escuchas y ves. Si estás todo el día cerca de personas que se quejan o se burlan, tus malas hierbas crecen rápido. Pero si escuchas cosas que te hacen bien, si te hablas bonito, si haces lo que amas… estarás cuidando tu jardín.
Berta sonrió. De repente, entendía algo que nadie le había explicado antes.
—¿Y tú por qué tienes una regadera?
—Porque a veces los adultos también olvidamos cuidar nuestro jardín. Yo salgo a recordárselo a los que quieran escuchar.
El señor se levantó y le puso la regadera en las manos.
—Hoy te la dejo a ti. Cuida tu jardín, Berta. Y cuando puedas, ayuda a otros con el suyo.
Y así, el hombre desapareció entre los árboles como si nunca hubiera estado allí.
Desde ese día, cada vez que Berta se decía cosas feas, imaginaba una mala hierba creciendo. Entonces respiraba hondo y la arrancaba con cuidado. Cuando tenía un pensamiento bonito, le sonreía como a una flor. Con el tiempo, su jardín fue llenándose de colores.
Y cuando alguien se sentía triste o enojado sin saber por qué, Berta no juzgaba. Sólo preguntaba:
—¿Quieres que te enseñe a cuidar tu jardín?
𝗦𝗶 𝘁𝗲 𝗵𝗮 𝗴𝘂𝘀𝘁𝗮𝗱𝗼 𝗲𝘀𝘁𝗮 𝗵𝗶𝘀𝘁𝗼𝗿𝗶𝗮, 𝘁𝗲𝗻𝗲𝗺𝗼𝘀 𝗮𝗹𝗴𝗼 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝘁𝗶:
𝗔𝗽𝘂́𝗻𝘁𝗮𝘁𝗲 𝗚𝗥𝗔𝗧𝗜𝗦 𝗮 𝗻𝘂𝗲𝘀𝘁𝗿𝗮 𝗻𝗲𝘄𝘀𝗹𝗲𝘁𝘁𝗲𝗿 𝘆 𝘀𝗲́ 𝗲𝗹 𝗽𝗿𝗶𝗺𝗲𝗿𝗼 𝗲𝗻 𝗽𝗿𝗼𝗯𝗮𝗿 𝗹𝗮 𝘃𝗲𝗿𝘀𝗶𝗼́𝗻 𝗯𝗲𝘁𝗮 𝗱𝗲 𝗻𝘂𝗲𝘀𝘁𝗿𝗮 𝗻𝘂𝗲𝘃𝗮 𝗮𝗽𝗽 𝗴𝗲𝗻𝗲𝗿𝗮𝗱𝗼𝗿𝗮 𝗱𝗲 𝗰𝘂𝗲𝗻𝘁𝗼𝘀 𝗽𝗲𝗿𝘀𝗼𝗻𝗮𝗹𝗶𝘇𝗮𝗱𝗼𝘀.
𝗔𝗽𝘂́𝗻𝘁𝗮𝘁𝗲 𝗮𝗾𝘂𝗶: https://tucuento.eu/#Apuntate
𝗔𝗹 𝘀𝘂𝘀𝗰𝗿𝗶𝗯𝗶𝗿𝘁𝗲, 𝗿𝗲𝗰𝗶𝗯𝗶𝗿𝗮́s 𝗹𝗮 𝗰𝗹𝗮𝘃𝗲 𝗱𝗲 𝗮𝗰𝗰𝗲𝘀𝗼 𝗮 𝗹𝗮 𝗔𝗽𝗽 𝘆 𝘂𝗻 𝗽𝗮𝗰𝗸 𝗱𝗲 𝗯𝗶𝗲𝗻𝘃𝗲𝗻𝗶𝗱𝗮 𝗰𝗼𝗻 𝗰𝘂𝗲𝗻𝘁𝗼𝘀 𝗲 𝗶𝗹𝘂𝘀𝘁𝗿𝗮𝗰𝗶𝗼𝗻𝗲𝘀 𝘂́𝗻𝗶𝗰𝗼𝘀 𝗽𝗮𝗿𝗮 𝗹𝗲𝗲𝗿 𝗲𝗻 𝗳𝗮𝗺𝗶𝗹𝗶𝗮.
Peque:
Si tú tuvieras un jardín de pensamientos…
¿De qué colores serían tus flores?
¿Qué pensamientos te gustaría plantar hoy?