El Guardián del Castillo de Petrer

Iria y su primo Teo estaban de visita en Petrer con su abuelo Julián, un apasionado guía de historia local. Ese día, les había prometido algo especial: recorrer el castillo medieval de Petrer, construido en el siglo XII sobre una antigua fortaleza musulmana.

—Aquí vivieron muchas personas antes que nosotros —explicó el abuelo mientras subían por el empinado acceso de piedra—. Pero ¿sabéis lo mejor? Todavía guarda secretos.

Los niños miraban las murallas altas, el aljibe, las torres… todo parecía salido de un libro. Al llegar a la torre del homenaje, Julián se detuvo y les guiñó un ojo.

—Ahora os toca explorar por vuestra cuenta. Hay una sorpresa escondida aquí, pero sólo los que hacen buenas preguntas pueden encontrarla.

Intrigados, Iria y Teo se separaron un poco y empezaron a investigar. En una esquina oscura, justo detrás del aljibe subterráneo, Teo notó una pequeña inscripción en la piedra:

“Pregunta, y la historia te responderá.”

—¿Qué crees que significa? —preguntó Iria.

En ese momento, una brisa suave les rodeó, y una figura luminosa apareció frente a ellos. Era un hombre de aspecto antiguo, con un farol en una mano y un pergamino en la otra.

—Soy Don Efrén, antiguo escribano del castillo. Mi tarea era guardar la memoria de este lugar. Pero con el paso del tiempo, muchos olvidaron nuestras historias.

—¿Eres un fantasma? —preguntó Teo con los ojos muy abiertos.

—No exactamente. Soy un recuerdo. Y sólo aparezco cuando los niños tienen curiosidad.

Don Efrén los llevó por el castillo, revelando secretos reales que la mayoría de visitantes ignoraba.

Les mostró marcas en las piedras hechas por canteros musulmanes.

Les enseñó dónde los aldeanos se refugiaban durante ataques o guerras.

Y les explicó cómo el aljibe almacenaba agua de lluvia, lo que salvó muchas vidas durante los asedios.

—Aquí incluso se escondieron familias durante la Guerra Civil. Este lugar ha protegido a muchas personas —dijo Efrén, con voz grave.

Los niños escuchaban fascinados, haciendo preguntas sin parar. Cada vez que preguntaban algo nuevo, un rincón del castillo se iluminaba, como si la historia despertara poco a poco.

—¿Y por qué se olvidan estas cosas? —preguntó Iria.

—Porque dejamos de preguntar —respondió el escribano—. Por eso, vosotros sois importantes.

Al despedirse, Efrén les entregó un pequeño cuaderno antiguo con tapas de cuero.

—Este libro está en blanco, pero se llenará con vuestras preguntas. Mientras sigáis explorando con curiosidad, la historia seguirá viva.

El abuelo Julián los esperaba al final del recorrido.

—¿Y? ¿Habéis encontrado algo especial? —preguntó con una sonrisa cómplice.

—Sí —dijo Teo, enseñando el cuaderno—.

Desde aquel día, entendieron que cada rincón guarda memoria… sólo hay que saber buscarla.

Peques: ¿Qué preguntarías tú si pudieras hablar con alguien del pasado?