Era una mañana de cielo nublado cuando Nura y su primo Luca decidieron salir a explorar las colinas detrás del pueblo. Siempre habían escuchado rumores de que, en lo más alto de la montaña Auralia, pasaban cosas extrañas… que cambiaba de color según el ánimo de quien la pisara.
—¿Y si subimos hoy? —propuso Luca con su sonrisa traviesa.
—¿Aunque llueva? —respondió Nura, dudando.
—¡Las mejores aventuras no esperan sol!
Tras una caminata larga y resbaladiza, llegaron a la cima, donde la niebla era espesa. Al pisar la última roca, el suelo bajo ellos tembló suavemente y la tierra soltó un susurro…
—Gracias por venir.
Ambos se miraron.
—¿Escuchaste eso?
—¿Fue… la montaña?
Frente a ellos apareció una grieta que no estaba antes, y de ella emergió una criatura de piedra con ojos suaves como musgo húmedo.
—Soy Grava la voz de montaña Auralia. Nuestra montaña siente, llora y ríe como vosotros. Y ahora… está triste.
—¿Por qué está triste? —preguntó Nura, acariciando la roca.
—Porque muchos han dejado de cuidarla. Tiran basura, arrancan flores y espantan a los animales. Ella escucha cada pisada… y siente cada herida.
Nura bajó la mirada, apenada.
—¿Podemos ayudarla?
Grava asintió lentamente.
—Debéis devolverle lo que ha perdido: respeto, cariño… y compañía.
Durante todo el día, los niños recogieron envoltorios, replantaron pequeñas flores silvestres y colgaron campanillas de viento hechas con ramas y piedras para que la montaña cantara de nuevo. Cada pequeño gesto parecía despertar un color nuevo en la montaña: azules suaves, verdes tiernos, dorados como el sol al amanecer.
Pero lo más especial fue cuando encontraron un ciervo atrapado entre ramas secas. Nura, con voz suave, lo calmó mientras Luca cortaba las ramas con su navaja. Cuando el ciervo fue libre, se giró y los miró como agradeciendo… y Auralia brilló de alegría.
—No sabíamos que la montaña podía sentirse sola —dijo Luca.
—Todos necesitamos que nos escuchen —respondió Grava —. Hasta los árboles, las piedras y el viento.
Al bajar, el cielo se había despejado. Un arco iris rodeaba la montaña, y las hojas caían lentamente como si aplaudieran.
—Gracias, Nura. Gracias, Luca. Hoy la montaña Auralia ha vuelto a sonreír —susurró Grava, desvaneciéndose con el viento.
Desde ese día, los dos primos se convirtieron en los Guardianes de Auralia. Cada semana subían a ver cómo estaba, y pronto más niños del pueblo comenzaron a acompañarlos, aprendiendo que cuidar de la naturaleza no solo ayuda al mundo… también nos hace sentir parte de algo mucho más grande.
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Peque: ¿Qué crees que haría sonreír a una montaña cerca de ti?
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